La próxima reforma electoral será profunda e inevitable. No la llaman estructural, porque eso suena a tecnócrata, pero lo es. Lo cierto es que el gobierno en turno quiere rediseñar el sistema electoral desde sus cimientos. Y puede lograrlo. Tiene mayoría, tiene la Corte y, sobre todo, tiene la voluntad de hacerlo.

El mismo que escribió los planes A, B y C, del sexenio anterior, ahora fue investido como Comisionado Presidencial para la nueva estructural “todas mías”.

La nueva ley buscaría más eficiencia, ahorro, y control de gastos, deberá mejorar la fiscalización. Pero detrás de la plancha técnica hay una realidad política ineludible. Lo que está por venir es una reconfiguración del sistema que organiza, arbitra y contabiliza el poder.

La iniciativa formal se presentará en febrero, pero el trazo general ya está. Habrá menos diputados y senadores, menos plurinominales, menos partidos pequeños ganando curules y escaños por rebote, y más control sobre el dinero público.

Se habla de reducir la Cámara de Diputados de 500 a 400 escaños, y el Senado de 128 a 96, eliminando la lista nacional de plurinominales. Se busca que los diputados se elijan por listas estatales, sin circunscripciones, lo cual sepulta de paso la cláusula de sobrerrepresentación que tanto ayudó a inflar bancadas con aliados de papel. Si prospera este diseño, cada entidad federativa presentará su propia lista de candidatos y se asignarán escaños conforme a población, lo que en los hechos premia a los estados más grandes... y a los partidos que ya gobiernan ahí.

En paralelo, se perfila la desaparición de tribunales electorales locales, bajo el argumento de que duplican funciones. Lo mismo con los OPLE, aunque tal vez no desaparezcan del todo.

En medio de este proceso, el INE lanzará su primer piloto de voto por internet. Será en Coahuila, en 2026, y estará dirigido a personas con discapacidad y cuidadoras que no pueden acudir a una casilla. Es el primer ensayo formal para votar desde un celular, con boleta digital, acceso encriptado y recibo de votación. En paralelo, los consejeros proponen discutir temas como la vigilancia partidista en elecciones judiciales y ajustar el método de selección de los propios consejeros. Todo suma, todo presiona, todo apunta a una reforma integral que no deja pieza sin revisar.

Lo curioso es que esta gran transformación no suena tan distinta a las que impulsó el viejo PRI, en sus años de gloria. Menos burocracia, más control, rediseño electoral, “democracia eficiente”.

El lenguaje ha cambiado, pero el espíritu es reconocible. Morena se mueve como el PRI de los ochenta y noventa: no el de la cargada, sino el de las reformas. Y lo hace con el mismo objetivo: blindarse para el mediano plazo, reducir riesgos y perfeccionar el instrumento que le dio el poder.

¿La justificación? Menos costos operativos.

El otro eje de tensión estará en el financiamiento a los partidos. Desde el gobierno, se insiste en que debe reducirse. Los aliados de Morena, el PT y el Verde, fruncen el ceño, porque viven de ese subsidio. Pero también saben que, si no se alinean, podrían quedarse como el perro de las dos tortas.

Y no es todo. Algunos consejeros del INE han planteado que los partidos puedan vigilar casillas en las elecciones judiciales o en la revocación de mandato. Otros insisten en revisar el proceso de nombramiento de los consejeros de los OPLE, donde las vacancias se eternizan por falta de acuerdos. Incluso hay legisladores de Morena que quieren adelantar la revocación de mandato de 2028 a 2027, para que coincida con la elección intermedia.

Esta será la primera gran iniciativa institucional del sexenio. Y aunque insistan en que es técnica, aunque digan que todo se hace para ahorrar, para depurar, para vigilar mejor, lo que está en juego es el sistema completo: cómo se elige, quién arbitra, cuánto cuesta, a quién beneficia.

Como en los tiempos dorados del PRI, la reforma se diseña desde Palacio y se ejecuta desde el Congreso. Con números y rapidito. Sin sobresaltos. Y sin resistencia real. Porque no existe oposición en nuestro país, al menos no en los números de votos. Y porque la Corte ya no parece estar en el ánimo de frenar nada.

Tal vez por eso no se llamará reforma estructural. Porque ese nombre ya trae consigo un fantasma. Aunque sea lo mismo.

Monitor republicano

¡Felices fiestas! Que tengamos salud. Ya nos leeremos el próximo año.

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