Después de seis años de complacencia con el crimen, perseveraren la política de “abrazos, no balazos” habría sido demencial. El dramático giro en la estrategia de seguridad responde al hartazgo social, al imperativo de preservar la autoridad muy vulnerada del Estado, pero también a las presiones del gobierno de Donald Trump.
En la contención del ánimo injerencista de nuestro vecino (Trump sigue pensando que anchas franjas del territorio nacional están controladas por los carteles y que el gobierno está petrificado), el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, tiene un rol determinante, lo que explica el fortalecimiento de sus atribuciones: hoy le reportan el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y, de manera anómala, la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF). Un hombre cercano a García Harfuch, Omar Reyes Colmenares, reemplazará a Pablo Gómez. Pero más allá de lo obvio, el rediseño institucional tiene un filón político.
Si como se sabe “información es poder”, quedan bajo el mando de Harfuch los dos órganos de inteligencia civil del Estado mexicano, instrumentos esenciales para la preservación de la gobernabilidad. El enorme poder que en los tiempos del PRI tuvieron los titulares de Gobernación (desde Miguel Alemán hasta Fernando Gutiérrez Barrios) residía en gran medida en el (mal) uso de los hallazgos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la de Investigaciones Políticas (IPS).
El CNI, antes Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), ha mantenido por muchos años el seguimiento de los principales actores políticos, esa es una de sus tareas: espiar a los adversarios del régimen, pero también a los suyos: sus conversaciones telefónicas, su patrimonio y sus inversiones dentro y fuera del país, su salud, sus preferencias sexuales, sus debilidades y sus vicios.
Como director del CNI el general Audomaro Martínez recibía los informes y análisis de todo el país y, particularmente de su tierra, Tabasco, pero al parecer se reservaba los que implicaban a gente muy cercana a él y al presidente López Obrador. Algo similar pudo ocurrir con la información sobre los arreglos de Morena con organizaciones delictivas que en años recientes aportaron recursos para sus campañas y, como ocurrió en Sinaloa, operaron durante la jornada electoral. Pero, ajeno a esas complicidades, García Harfuch no tiene por qué encubrir lo que le reporte la inteligencia civil.
Quienes se sentían protegidos por el general Audomaro y por Pablo Gómez hoy deben estar muy nerviosos y pueden intentar una locura. García Harfuch se mueve en el filo de la navaja y tiene que cuidarse no solo de los cárteles que lo tienen en la mira, sino también del enemigo en casa.
Posdata: El atentado a plena luz del día y en una de las principales avenidas de Reynosa, que el lunes cobró la vida de Ernesto Vázquez Reyna, delegado de la Fiscalía General de la República (FGR), envía una señal ominosa a la sociedad, constituye un desafío a la nueva estrategia de seguridad y porta una amenaza para el secretario Harfuch.