“Las vidas judías son más valiosas que cualquier otra vida”. Así, secamente, lo señaló el senador estadounidense Jay Sullivan recientemente, en sus redes sociales. Muchos otros, de la clase política y civiles, piensan en el mismo sentido, lo que condensa el trasfondo brutal de una lógica que sustenta y justifica la muerte masiva de civiles en Gaza. Hemos planteado en estas páginas la narrativa israelí de invisibilizar al pueblo palestino, como un hecho histórico. En este orden, Liliana Córdova (fundadora de la Red Internacional Judía Antisionista), argentina criada en escuela argentina en la mañana y en la tarde judía, recuerda cómo se construyó su identidad desde la negación del otro: “Que hubiera palestinos no teníamos idea. No existían […]. Nuestra tierra era Israel”. Y con esa lógica, se propagaban frases como: “Un trabajo mal hecho, un trabajo árabe”. Si algo estaba sucio, árabe. Si ejercemos la crítica, “somos malos judíos”. Después de vivir algunos años en Israel, Córdova apreció las virtudes del pueblo palestino, su forma de vivir en lo cotidiano, así como tuvo claro que el proyecto sionista, concluye ella, no se limita a anexar territorios: quiere borrar a un pueblo de la faz de la Tierra. La operación está en curso (cf. https://www.youtube.com/watch?v=Z6bTlPJ2nec).

No se trata sólo de un conflicto geopolítico, ni de un enfrentamiento bélico entre Estados; lo que se despliega ante nuestros ojos es un genocidio en tiempo real, transmitido en directo, sin posibilidad de negar ni ocultar. Esta inconmensurabilidad es lo que provocó al actor italiano Roberto Benigni (La vida es bella), conmovido hasta el límite de la voz, cuando plantea, citando a J. Biden (que habría sugerido a B. Natanyahu, después del 7 de octubre de 2023): “No se puede responder al horror con más horror”. Y pregunta con pesar: “¿Por qué siguen matando niños?”. Porque la infancia ha sido, como siempre, la primera víctima del terror. “Insoportable al ánimo humano”.

Hay testimonios múltiples: una niña gazatí, con tan sólo siete años, recuerda su vida antes de la guerra: “Jugaba, iba al jardín infantil, nadaba en el mar”. Otro testimonio: la devastación es literal. El 26 de mayo, un bombardeo israelí destruyó la escuela Fahmi al Jarjawi en la ciudad de Gaza. Allí se refugiaban familias desplazadas. Murieron 36 personas, entre ellas 18 niños. Sobrevivió una niña de seis años (Alma). Perdió a sus seis hermanos y a su madre. Su padre se debate entre la vida y la muerte (El País, 26/05/2025). ¿Cómo reconfortar frente al dolor de las ausencias, de la muerte, de la huella maldita para toda la vida? Otra muchachita, una niña también, enseña lo que fue su casa, ahora destruida totalmente. Logró salvar a su hermanito, también ensangrentado, y en alguna parte de lo que platica simplemente dice: “Solo quiero vivir como una niña normal”.

Todo está relacionado con todo: Irán bombardeado de manera “preventiva” por Israel, para contener cualquier ofensiva hacia el mundo occidental, así se plantea; Yemén, Siria, Líbano, Gaza, en un territorio/prisión; Ucrania y Rusia en una guerra larga; la represión a los migrantes en Estados Unidos. Bienvenido el posicionamiento del Colegio Académico de la UAM en este sentido (cf. https://www.facebook.com/hashtag/culturadepaz?__eep__=6&__cft__[0]=AZVxGsCjsSUv0kDsUCjgk44gmgt7YyGguxZfv69QCaVenEEr0VDWKWGdm-yA52eYt54bBPJo446sjg_NImpb4fSLzu-zNMnOD8If1b4ERSLsm64i9yH8J8KNq55DuXXlkvP7HYn3b1eFMeFsqdbd-VCisG1BbCEWvAwVKd_P_HBwuQhzvzVQ7Cklb6lWlhEsowkgY7Ult-jm48UTYI6tZy6zoQSs7cPULCxeZyF3cG1_3Q&__tn__=*NK-y-R)

Sin embargo, sin disentir, Gaza presenta especificidades que es necesario resaltar, insiste Rita Segato. Me sumo a esta perspectiva. En amplia entrevista con J. Ackerman (UNAM), señala que la especificidad consiste en la muestra obscena del exterminio, en tiempo real, sin cortapisas, frente a lo cual -la naturalización del dolor y la miseria y el hambre y la sed- Rita Segato declara con desgarradora honestidad, cito ampliamente: “Me defino como ex humana, porque no quiero pertenecer a esta especie siniestra, genocida. Me doy cuenta que, sí, después de Gaza me queda muy difícil tener optimismo con relación con nuestra especie, no puedo mentir […] Hay una diferencia en Gaza, hay una especificidad en Gaza. Hasta el último genocidio, el holocausto, la Shoah, cuando los ejércitos aliados entran en los campos de concentración se ve en los vídeos, en las filmaciones, su sorpresa. No era algo expuesto a la humanidad, se sabía, pero estaba oculto; ahora no, ahora está mostrado así, y lo que se muestra como ha dicho Francesca Albanese […], ella dice que es el último clavo en el ataúd de derechos humanos, yo doy un pasitito adelante, es una nueva carta: es la carta de que la ley es el poder de muerte”.

La deshumanización, parte estructural del colonialismo, opera a toda máquina en Gaza. El profesor palestino Mazin Qumsiyeh, director del Museo de Historia Natural de Palestina, en la Universidad de Belén, lo dice con claridad: dos millones de personas están sometidas a un exterminio por inanición, un exterminio cotidiano (cf. https://youtu.be/1uDskaBTdpU?si=JAamemGSCM2KYBRG). La muerte, aquí, no se reserva sólo para las bombas; como resaltamos, también habita en la sed, en el hambre, en el encierro. La narrativa de colonización no es nueva. Estados Unidos, cuya complicidad con Israel es estructural, se fundó sobre los huesos de pueblos originarios e individuos esclavizados. La matriz es la misma, añadimos nosotros: la blanquitud como hegemonía civilizatoria, como lo ha trabajado Bolívar Echeverría, y que Boaventura de Sousa llamó “la sociología de las ausencias”; la producción de realidades negadas, ocultas, consideradas inexistentes.

Mientras tanto, Israel avanza en su fase de construcción imperial. Ha matado a más de 200 periodistas en Gaza: más que en cualquier otra guerra en la historia reciente, apunta Qumsiyeh. La intención es clara: silenciar. Borrar no sólo cuerpos, sino también memorias, testimonios, historias. “Israel es el enemigo de la humanidad”, se ha dicho en la desesperación de los sobrevivientes. Y no se trata de odio étnico o simplismo moral, sino de denunciar una maquinaria que ha convertido a todo un pueblo —el palestino— en obstáculo de su proyecto colonial. Abriendo preguntas, que exigen sus respuestas, ¿cómo se sobrevive al exterminio? ¿Cómo se educa la esperanza en medio de la muerte? ¿Cómo se sigue llamando “comunidad internacional” a una red de cómplices mudos?

Quizá, como propone Segato, el primer paso sea dejar de mentirnos. Asumir que no estamos frente a un “conflicto”, sino ante una vergüenza humana sin precedentes. Y que cada niño o niña muerta, cada periodista silenciado, cada bocado de pan negado, nos interroga. Y nos acusa. Y nos aparta de la condición humana.

(UAM) aley@correo.xoc.uam.mx

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