El 21 de junio de 2025 no será una fecha menor en los libros de historia. Estados Unidos ejecutó un ataque quirúrgico, brutal y sin precedentes contra las instalaciones nucleares iraníes de Fordow, Natanz e Isfahán. Desde la Casa Blanca, Donald Trump lo anunció con tono triunfal: “completamente destruidas”. La operación fue llevada a cabo con bombarderos B-2 y bombas penetrantes de 30,000 libras, y aunque la agencia nuclear iraní confirmó los daños, también dejó claro que su programa continuará. En otras palabras: golpearon, sí, pero no detuvieron nada. Una demostración de fuerza, no de eficacia.Lo preocupante no es solo la magnitud del ataque, sino lo que representa: la sustitución de la diplomacia por el fuego. Netanyahu aplaudió lo que llamó una “decisión audaz que cambiará la historia”, Estados Unidos no solo apostó por desarticular el programa nuclear iraní, sino por redibujar el mapa de poder en Medio Oriente. El problema es que lo hizo con fuego, no con tinta. La respuesta de Teherán ya está anunciada: habrá represalias. Y no necesariamente con aviones. Podrán venir en forma de ciberataques, atentados de milicias aliadas como Hezbollah o acciones en terceros países; este ataque multiplica las líneas de fractura. Este ataque no solo responde al programa nuclear iraní, sino a una lógica más profunda: mostrar músculo en un tablero geopolítico cada vez más polarizado. Trump no solo bombardeó Irán, también buscó reafirmar su narrativa de poder en medio de un orden internacional debilitado. En el corto plazo, esto fortalece su alianza con Israel. En el mediano, lo distancia de potencias como Rusia y China, que podrían cerrar filas en torno a Teherán. Además, no es un dato menor: los mercados ya reaccionaron. El petróleo seguramente subirá, la inflación global podría agravarse y las economías más frágiles cargarán con el costo de una decisión tomada a miles de kilómetros de distancia. Por otra parte, las declaraciones de México, Venezuela y Cuba en respuesta al ataque de Estados Unidos a Irán reflejan no solo sus posturas históricas en política exterior, sino también un esfuerzo por posicionarse en un escenario geopolítico polarizado. México, fiel a su tradición de no intervención, aboga por el diálogo y la desescalada, según el comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores en X. Esta postura, aunque neutral, busca mantener a México como un actor conciliador. Sin embargo, su llamado a la diplomacia, aunque bien intencionado, carece de peso. Así, Venezuela y Cuba adoptan una postura más confrontacional, alineándose con Irán y condenando explícitamente la acción de EU y su respaldo a Israel. Al condenar la agresión, Venezuela y Cuba refuerzan su narrativa de resistencia frente al “imperialismo”.Lo más paradójico de todo es que, lejos de frenar el programa nuclear iraní, este ataque podría incentivarlo. Las bombas, por precisas que sean, no construyen paz. Y mientras no se recupere el camino del diálogo, estaremos cada vez más cerca de una guerra regional —o global— de consecuencias imprevisibles. La historia no se escribe con misiles. Se escribe con acuerdos.