Abre la puerta de su casa con brazos abiertos y una sonrisa. Le pregunto cómo está luego de su fiesta con 260 personas en el Museo Kaluz. “Yo, como Violeta Parra, digo: gracias a la vida que me ha dado tanto”. Armando Colina celebra sus 90 y los 55 años de la galería Arvil que fundó con Víctor Acuña, su socio. Y lo conmemora con un libro nuevo: Francisco Toledo. Grabador de enigmas, que publica en homenaje al gran amigo y cómplice creativo a lo largo de seis décadas.
Del artista admiró el talento, pero también la ética y la libertad con la que vivió: “Toledo es un caso único. En toda la historia no hay alguien como él, de una creatividad inmensa, con una necesidad de expresión fantástica y, además, enraizado a lo mexicano”, asegura Armando Colina.
Los conocí en la década de los 80. “Los Arviles” siempre estaban presentes en su mítica galería de la Zona Rosa, para educar la mirada de cada visitante. Curadores, mecenas, gestores, editores y promotores del arte mexicano en el país y en el mundo, siempre conciliaron su refinamiento con la calidez y el sentido del humor. Antes tuvieron la librería, con música y revistas de arte, que catapultó muchas vocaciones como la de Alberto Ruy Sánchez o la de Raquel Serur.
Semanas antes de la entrevista en su casa, me encontré con Armando Colina en el Museo el Estanquillo para recorrer, junto con Alejandro Brito, la exposición de Francisco Toledo que originó el libro conmemorativo. Para fijar fecha, me envió un correo que lo retrata: “(…) me voy a la feria de Maastricht el 11 de este mes, regreso el 20 y el 23 me voy a Dallas, volviendo a México el 28 para recibir a los amigos que vienen de fuera de México… y luego ¡mi fiesta!” La memoria del “obrero de la cultura” como se define a sí mismo, es tan asombrosa como su energía. Nos invitó a comer al Casino Español. El conversador de privilegio no tenía prisa, aunque tomaba el vuelo esa misma tarde a Europa y aún le faltaba ir por la maleta a su casa. En Países Bajos convenció a su amigo Agustín Arteaga de ir un día a Bruselas a ver el Museo de las Colecciones Reales, donde se impresionó con un cuadro de Brueghel: La caída de los ángeles rebeldes. “¡Fabuloso, ver eso fue lo máximo del viaje!, me comentó después.
“Mi quehacer es ver”, dice Armando. Él supo ver el valor de Toledo, Kahlo, Mérida, Tamayo, Gerzso… Y llevarlos al mundo. Gestionar exposiciones emblemáticas como Imagen de México, Zoología Fantástica (de Toledo), El mundo de Frida y cientos más. Hace 30 años, con visión adelantada, reunió a Leonora Carrington, María Izquierdo, Frida Kahlo, Alice Rahon y Remedios Varo en una muestra. Y hoy promueve a Betsabeé Romero en Manhattan y a Flor Garduño en Nueva York y Francia.
Los 90 años de Armando Colina y los 55 años de Arvil han sido una vorágine luminosa imposible de resumir. De ahí el valor del nuevo libro conmemorativo editado por él mismo y Artes de México. Contiene el catálogo de la exposición en el Museo del Estanquillo (que antes se mostró en Oaxaca) con las cinco carpetas gráficas que Toledo realizó en colaboración con Arvil, dos retratos que le hizo el pintor y 100 textos de amigos, artistas, poetas, promotores, curadores, críticas, museógrafos, periodistas de aquí y el extranjero con testimonios sobre su amistad y su experiencia con la galería y los “Arviles”. El bibliotecario Clayton Kirking los define: “Knowledge and generosity”.
Hace tres años murió Víctor Acuña. Armando repensó sus 63 años juntos y se animó a “seguir en la lucha” y gozar cada minuto. “Me despierto cada mañana con un nuevo proyecto”. Sobre su vitalidad revela: “Cuido mi cuerpo, lo uso en lo más indispensable”.
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