Desde las selvas del Parque Nacional del Serengueti en Tanzania y el Taj Mahal en la India hasta los glaciares de Groenlandia, Dinamarca, y las catedrales barrocas de América Latina o la riqueza subacuática, se estima que uno de cada tres sitios del patrimonio natural y uno de cada seis del patrimonio cultural se encuentran amenazados por los fenómenos meteorológicos extremos y fenómenos climáticos de evolución lenta.
La UNESCO calcula que entre 3 mil 300 y 3 mil 600 millones de personas viven en contextos altamente vulnerables al cambio climático. En ese contexto, aproximadamente 130 bienes culturales del Patrimonio Mundial se enfrentan a riesgos a largo plazo debido al aumento del nivel del mar.
Ejemplos abundan. Los desastres relacionados con el clima y el tiempo se han multiplicado por cinco en los últimos 50 años. En 2019, Venecia y su laguna sufrieron una marea histórica que dejó al 80% de la ciudad bajo el agua. En 2023, Grecia tuvo que evacuar a 2 mil turistas debido a los incendios en la Islas de Rodas y en Atenas se cerró la Acrópolis al turismo por temperaturas mayores a 45 grados. En el Caribe, el aumento del nivel del mar podría provocar una reducción del 59% de zonas de playa. En Australia, entre 2022 y 2023, más de 20 festivales de música se cancelaron debido a factores climáticos. En enero de 2025, los incendios forestales en Los Ángeles afectaron gravemente a la economía creativa de la ciudad…
Pero la cultura no es sólo víctima, sino recurso para la reducción y gestión de riesgos, la mitigación del cambio climático y las estrategias de adaptación. En varios países se ha comenzado a medir la huella medioambiental de las industrias culturales y creativas. Y el streaming de música y video, que si bien reduce la cantidad de residuos plásticos, requiere de enormes recursos energéticos que se traducen en las emisiones de carbono más elevadas de la historia. Una hora de streaming multimedia genera 55 gramos de CO2 y la mayoría de las emisiones provienen del dispositivo del usuario final. Hoy hay cerca de mil millones de usuarios en el mundo.
En su Informe Mundial sobre Políticas Culturales 2025, la UNESCO hace un recuento de acciones, no sólo para evaluar la huella de carbono sino para desarrollar capacidades y apoyar prácticas sostenibles en el sector. Organizaciones culturales de Inglaterra, Alemania, los países nórdicos, Irlanda, Francia y Australia cuentan con proyectos en ese sentido.
En la industria musical, Coldplay redujo las emisiones directas de CO2 en sus conciertos en 59% desde 2022 mediante la adopción de recintos alimentados con energía solar. Billie Eilish y Massive Atackck son otro ejemplo.
En el sector de artes visuales, mientras que el artivismo cobra fuerza, en 2024, más de 40 ferias de arte, como Art Basel y Frieze, se comprometieron a reducir sus emisiones a través de una alianza establecida por la Gallery Climate Coalition que reúne a más de mil 500 artistas, galerías y museos como el MOMA de Nueva York y el Guggenheim de Bilbao.
Otros espacios como el Museo Van Gogh y la Royal Shakespeare Company han roto sus vínculos de financiamiento con industrias contaminantes como Shell y BP, respectivamente.
Pueblos indígenas de todo el mundo, incluido México, emplean tecnologías digitales de vanguardia y la expresión cinematográfica para recuperar sus narrativas, salvaguardar sus historias, tradiciones e idiomas, darles potencia a sus voces en torno a la protección de su territorio y su cultura.
Y nosotros ¿qué propuestas ofrecemos?
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