.- La madrugada del 10 de octubre, José Manuel Salinas alcanzó a escuchar las sirenas de Petróleos Mexicanos () que anunciaron el desbordamiento del . Minutos después, el agua ya corría por la privada Las Águilas, en la colonia Las Gaviotas, donde él vive. “Nos avisamos entre vecinos y salimos caminando, sin sacar nada”, recordó.

El hombre, de 64 años, vive con su esposa, Ofelia Martínez, en una casa rentada cerca del cauce del río. Esa noche, el golpe de agua los obligó a huir sin mirar atrás. Cuando regresó el domingo, el panorama era desolador.

“Todavía estaba inundado, no se podía entrar. Ya después empezamos a sacar las cosas, pero todo se echó a perder: las camas, los muebles, todo”, relató.

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Don Manuel dijo que lo que antes era su hogar hoy parece un almacén de desechos. “Huele feo, hay moscas, y en la noche se siente pesado el aire. No me quedo aquí, me voy con mi mamá porque no se puede dormir con ese olor.”

Ayer, aseguró que ya habían pasado seis días desde la tragedia y las máquinas de limpieza no habían llegado a su calle. “Según la Presidenta, mandó doscientas sesenta, pero aquí no ha entrado ni una. Están allá, por la carretera, donde se ven. Aquí, en las privadas, no han entrado. Si no quitan el escombro, el agua nunca se va a ir”, lamentó.

Frente a la fachada de su casa hay colchones y sillones inflados por el agua, estructuras de mesas y repisas, esqueletos de autos, refrigeradores, lavadoras y basura de alimentos echados a perder, incluso, hay un olor fétido que probablemente proviene de un cadáver en descomposición.

Por ello, la basura y el fango se acumulan y bloquean las salidas del drenaje, lo que mantiene el nivel del agua estancado, explicó.

En su colonia, los vecinos se ayudan con palas y cubetas, mientras los familiares de fuera llegan a auxiliar.

“Mis hermanos y mis sobrinos vienen a ayudarme, porque si esperamos al gobierno, nos vamos a quedar así semanas”, dice. Se protege el rostro con un cubrebocas y se unta gel antibacterial cada vez que entra a la casa, donde el olor a humedad y lodo se mezcla con el de los muebles podridos.

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Para él, la respuesta del, que entró ayer, fue tardía e ineficaz. “Dicen que hay maquinaria trabajando, pero nada más están donde pasa el taxi, allá afuera. Aquí no se asoma nadie”, reclamó.

Con voz cansada, repitió su petición: “solo queremos que entren las máquinas, que limpien. Si no quitan el escombro, el agua nunca va a bajar, y mientras tanto, nosotros aquí seguimos, esperando, con todo perdido.”

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mahc

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