La UNAM y yo

La función social de Fundación UNAM debe apoyarse siempre, pues representa un factor importante para la movilidad social de los alumnos

Martín Vivanco Lira
Martín Vivanco Lira
Nación | 19-07-25 | 03:25 | Juvenal Lobato Díaz | Actualizada | 19-07-25 | 03:25 |

En septiembre de 1997 tuve mi primera clase en la Facultad de Derecho de la Máxima Casa de Estudios. Sin embargo, mi historia con mi querida Universidad quizá se resuma en cómo experimenté la huelga de 1999.

La huelga de la UNAM de 1999-2000 la viví de manera intuitiva. Fue muchos años después cuando dimensioné lo que aquel suceso histórico dejó en nuestra Alma Mater, en el país y en quienes hoy sabemos que sin la Universidad no seríamos lo que somos, pero tenemos la certeza de que no seríamos mejores (como dijo Juan Ramón de la Fuente).

El 19 de abril de 1999, un grupo del curso de Derecho Administrativo del profesor Alfonso Nava Negrete realizó un viaje a Veracruz. Creo que nadie de quienes íbamos sabíamos la forma en la que nos cambiaría la vida la huelga en la que concluyeron los días previos de efervescencia universitaria por la reforma al Reglamento General de Pagos. Al volver, no regresamos a la Universidad: regresamos a una vida muy diferente. Tuvimos clases extramuros en el sur de la Ciudad, lo que para alguien que vivía en el norte de Ecatepec era una travesía.

Mis maestros en ese cuarto semestre, el cual cursaba al estallar la huelga, eran José Dávalos (Derecho Individual del Trabajo), Miguel Ángel Zamora y Valencia (Contratos), Fernando Serrano Migallón (Derecho Constitucional), el ministro Juan Silva Meza (Delitos Especiales), entre otros.

Después de concluir ese semestre extramuros seguíamos sin volver a la Universidad; pasaron casi ocho meses más para hacerlo. En ese tiempo sólo me dediqué a trabajar en la carnicería y taquería de mis padres. Seguí la huelga por las noticias. Me enteré entonces de que el maestro Serrano (en ese momento no sabía que sería uno de mis mentores) fue nombrado abogado general en noviembre de 1999. Así, el 5 de febrero del 2000, cuando estaba empezando a vender los tacos de carnitas, mi papá se me acercó para decirme: “Sube a ver la tele, la PFP está entrando a la Universidad, a CU”. La historia después de eso la sabemos: regresamos a las aulas.

Terminé la carrera en septiembre de 2002 y comencé a dar clases en la Universidad Iberoamericana, en la División de Educación Continua, en noviembre de ese mismo año.

Mi examen profesional fue el 16 de noviembre de 2004, con la tesis Inconstitucionalidad del sistema de retención y entero de Impuesto sobre la Renta en materia de ingresos por intereses. Mi asesor fue el maestro Miguel Ángel Vázquez Robles (otro de mis guías).

En mayo de este año mi despacho, especializado en temas fiscales y constitucionales, cumplió 13 años. Antes fui socio de uno de mis mentores, Fernando Pérez Noriega. Por otro lado, el pasado 7 de febrero cumplí 20 años de dar clases en mi Alma Mater y ahora estoy inscrito en el doctorado.

Todo lo anterior no hubiese sido posible sin el apoyo de la beca que me concedió Fundación Telmex durante la carrera. Por ello, cuando me volví docente tuve claro que parte de los ingresos que obtenía por esa actividad debía donarlos y, sin duda, la opción era Fundación UNAM.

Muchos jóvenes, como yo en su momento, no podrían estudiar sin esta clase de estímulos. La función social de Fundación UNAM debe apoyarse siempre, pues representa un factor importante para la movilidad social de los alumnos. No quiero terminar sin agradecer a todo el personal de Fundación UNAM, siempre atento y dispuesto a ayudar a todo aquel que se acerca.

Sin la UNAM no sería el mismo, pero seguro no sería mejor.

Abogado y profesor universitario

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