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Los Ángeles.— J. camina sobre la banqueta de concreto, frente a la preparatoria donde acaba de graduarse. Aún viste su toga, birrete y lleva puesta su estola. Su mirada se clava en el suelo, nadie lo acompaña, sólo la música que escapa de los audífonos que usa. Mientras algunos alumnos celebran el privilegio del abrazo familiar, él, como otros estudiantes latinos nacidos en Estados Unidos pero con padres migrantes, renunció a la celebración comunitaria y fue solo a su graduación para evitar poner en riesgo a su familia.
“Me molesta que no esté aquí [mi mamá]; quisiera que estuviera hoy aquí conmigo tomándonos fotos”, dice mientras aprieta con su mano derecha el certificado que recién le entregaron; “pero como están las cosas, creo que lo mejor fue quedarse en casa”.
J. quería invitar a su mamá, a su tía y a sus hermanos. Celebrar en comunidad uno de los días más importantes de su vida. Sentir el abrazo colectivo y colocar a su madre la estola de graduación con el símbolo de su escuela, como agradecimiento por todas las horas de trabajo que dedicó y que le permitieron entregarse al estudio. Pero la nueva política migratoria le arrebató la oportunidad.
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De la preparatoria, ubicada en Huntington Park, se escuchaban palabras que se mezclaban entre idiomas. Los alumnos se juntaron con sus familias y se abrazaban; los padres lloraban y los hijos agradecían y, mientras bailaban y un mariachi irrumpía la celebración, nadie recordaba que apenas días antes oficiales del ICE realizaron una redada a unas calles de ahí, cerca de otra escuela, donde sembraron terror.
El alcalde de Huntington Park, Arturo Flores, dijo que el lunes pasado, por la mañana, personal de una primaria, los alumnos y sus padres celebraban una graduación en el auditorio de la escuela secundaria, pero se desató el caos cuando las familias se enteraron de que agentes de inmigración habían llegado a los alrededores.
Lo que debía ser una celebración por el logro de un hijo “se convirtió en una experiencia horrorosa y aterradora por el temor de no poder pasar el día siguiente o seguir formando parte de su familia”, lamentó.
Pero aun cuando personal del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) ha convertido las escuelas en un objetivo para realizar redadas, algunos alumnos y familias se resisten a perder la posibilidad de compartir la felicidad de graduarse.
K., estudiante de origen mexicano pero nacida en Estados Unidos, acaba de graduarse de la misma preparatoria que J. En su ceremonia la acompañaron sus amigas, hermanos y también sus papás.
“Mis papás dudaron en venir o quedarse en casa, pero no quisieron perderse esto, ellos trabajan mucho y yo quería que vieran que ha valido la pena”, explica mientras una sonrisa estalla en sus mejillas y sus amigas, las mejores, dice, no la dejan de abrazar.
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C. es otro adolescente que se graduó de la misma escuela. Es de origen guatemalteco y se siente orgulloso de serlo. Aun cuando nació en territorio estadounidense, en la ceremonia no quiso olvidarse de sus raíces ni de su familia. Vestido con toga y birrete, en la estola llevaba de un lado la bandera de Estados Unidos y del otro, del lado del corazón, la de Guatemala.
Tras las redadas en escuelas, el Superintendente del Distrito Escolar de Los Ángeles, Alberto M. Carvalho, anunció el despliegue de la policía escolar alrededor de los campus y eventos escolares, incluidas las graduaciones, para evitar que agentes de inmigración se acerquen y hostiguen a estudiantes, empleados y familias.
La presencia de la policía escolar no ha sido suficiente para reducir el temor entre las familias latinas y, como pueden, se resguardan.
“Es un poco triste pero creo que todo lo que mi madre está haciendo es por quedarse un tiempo más prolongado conmigo y mis hermanos”, piensa J. “Creo que tomó la decisión correcta al quedarse en casa y tratar de mantenerse a salvo”.
Aunque no pudieron compartir su graduación, J. dice que su mayor sueño para honrar a su madre es verla recibir su tarjeta de residencia. Piensa que será como si hubieran celebrado su fiesta de fin de curso. Porque para él, la libertad de caminar con su familia en la calle no es un derecho garantizado.
“Siento que eso [el permiso de residencia] le abrirá muchas oportunidades y le permitirá simplemente pasear conmigo”.