El Consejo de Seguridad de las aprobó el viernes por 11 votos a favor, tres abstenciones y un solitario voto (Argelia) en contra, la resolución 2797 en un cambio significativo en el equilibrio internacional sobre el tema del Sáhara Occidental. Por primera vez, el texto incluyó de manera explícita la autonomía como base realista para la solución política del conflicto, al tiempo que reafirmó el principio de autodeterminación como horizonte de legitimidad. Este doble reconocimiento —autonomía y autodeterminación— simboliza el tránsito de la retórica de la Guerra Fría a un pragmatismo propio del siglo XXI.

En ese nuevo escenario, se enfrenta a la necesidad urgente de revisar una posición diplomática anclada en inercias ideológicas del pasado. Desde 1979, nuestro país reconoce a la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática (RASD), una entidad cuya viabilidad política y territorial ha sido cuestionada incluso por la propia dinámica del Magreb. Lo que en su momento fue una decisión congruente con la circunstancia coyuntural nacional, regional y mundial que enfrentaba el interés de México, hoy se ha convertido en un obstáculo para la inserción de nuestro país en las nuevas realidades africanas y mediterráneas.

Una decisión nacida de otra época

La documentación diplomática mexicana —hoy accesible en el Acervo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores— muestra con claridad que, en primera instancia, el reconocimiento de la RASD no fue el resultado de una política de Estado estructurada, sino de una coyuntura política interna. La medida se tomó en medio de un clima de tensiones domésticas, bajo el influjo del activismo ideológico regional de la década de 1970 y ante la urgencia de tener un socio en ese momento fuerte en la OPEP, organización a la cual México no podía pertenecer por presiones estadounidenses. La decisión de obsequiar los ruegos de Argelia de reconocer su proyecto de establecer un país a la medida de sus intereses en la costa atlántica del África Noroccidental a cambio de su apoyo en la OPEP fue correcta en ese momento y tuvo beneficios inmediatos. Hoy no es ese el caso. El contexto de nuestro reconocimiento no existe más.

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Durante más de cuatro décadas, la posición mexicana ha permanecido ajena a la evolución del derecho internacional y de la geopolítica regional. Mientras Marruecos consolidaba su estabilidad política, modernizaba sus instituciones y se convertía en uno de los principales polos económicos del continente africano, México mantuvo una política exterior basada en la inercia y la ausencia de revisión crítica. El resultado ha sido una paradoja: México reconoce a una república inexistente y mantiene en suspenso el desarrollo de una relación con un país —Marruecos— que comparte con nosotros afinidades históricas, culturales y estratégicas profundas, así como desafíos idénticos.

Autonomía y realismo: la nueva lógica internacional

El plan de autonomía marroquí de 2007, respaldado por resoluciones del Consejo de Seguridad recién aprobada y por numerosos Estados, ofrece una vía política viable para la solución definitiva del conflicto. Lejos de negar el principio de autodeterminación, lo traduce en una fórmula de autogobierno regional dentro de la soberanía nacional, plenamente compatible con la Resolución 2625 (XXV) de la Asamblea General de la ONU, del 24 de octubre de 1970, la cual establece textualmente que “el establecimiento de un Estado soberano e independiente, LA LIBRE ASOCIACIÓN O INTEGRACIÓN CON UN ESTADO INDEPENDIENTE O LA ADQUISICIÓN DE CUALQUIER OTRA CONDICIÓN POLÍTICA LIBREMENTE DECIDIDA POR UN PUEBLO constituyen formas del ejercicio del derecho de libre determinación de ese pueblo”.

Este principio —que forma parte de la arquitectura jurídica del sistema multilateral— otorga legitimidad plena a la propuesta marroquí de autonomía, pues la inscribe en el marco legal del derecho internacional público y en la evolución del concepto de autodeterminación hacia fórmulas políticas flexibles, no necesariamente separatistas. A eso se suma otra realidad incontrovertible que Argelia y el Frente Polisario se han esforzado en enmascarar: la nación saharaui va mucho más allá de la minoría que milita en la organización polisaria. Los saharauis hacen vida ciudadana en países como Argelia, Mauritania, Marruecos y Mali. De tal suerte el Frente Polisario no tiene legitimidad para ostentarse como representante de la totalidad saharaui.

Una mujer celebra tras la decisión del Consejo de Seguridad de la ONU, que expresó su apoyo al plan de autonomía de Marruecos para el Sáhara Occidental. Foto: Abdel Majid Bziouat / AFP
Una mujer celebra tras la decisión del Consejo de Seguridad de la ONU, que expresó su apoyo al plan de autonomía de Marruecos para el Sáhara Occidental. Foto: Abdel Majid Bziouat / AFP

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El uso faccioso y mendaz del reclamo descolonizador ha conducido a un impasse que hoy implica un riesgo cada vez mayor para la seguridad del noroeste de África y del occidente de Europa. El diferendo sahariano, más que un problema de descolonización, es ya una cuestión de seguridad y estabilidad regional. Los campamentos de Tinduf —bajo control argelino— se han convertido en espacios opacos donde convergen intereses políticos y redes ilícitas que amenazan la seguridad del Sahel y del Atlántico africano. La resolución del Consejo de Seguridad de 2025 reconoce de hecho esta realidad al “invitar a las partes a negociar sin condiciones previas, basándose en la autonomía”. Es, pues, el reconocimiento implícito de que el tiempo del maximalismo ideológico ha terminado.

México y África: una oportunidad pospuesta

La posición mexicana sobre el Sáhara Occidental representa un anacronismo. Mientras países como España, Estados Unidos, Francia y la mayoría de los Estados árabes han expresado su apoyo al plan de autonomía, México permanece atado a una narrativa desfasada que lo coloca al margen de las nuevas dinámicas del continente africano, precisamente cuando éste se encamina a convertirse en el principal polo de crecimiento económico mundial hacia mediados del siglo XXI. Este es el nuevo contexto que la diplomacia mexicana debe atender y en ese marco Marruecos brinda al interés de México una plataforma natural para fortalecer la presencia mexicana en África, Europa y el Medio Oriente, gracias a su estabilidad política, su infraestructura portuaria, sus acuerdos de libre comercio y su creciente liderazgo tecnológico y energético.

La falta de actualización de nuestra política hacia el Sáhara Occidental ha limitado la proyección de México en África. Ningún otro país latinoamericano posee el potencial de ejercer una diplomacia de cooperación Sur–Sur tan coherente con los principios de la Carta de las Naciones Unidas y, al mismo tiempo, tan pragmática. Sin embargo, para ello es imprescindible abandonar la rigidez de un reconocimiento que hoy no tiene fundamento jurídico ni respaldo operativo.

El siglo XXI exige una política exterior inteligente, fundada en la historia, pero guiada por el porvenir. Revisar la posición sobre el Sáhara Occidental no sería un gesto de oportunismo, sino un acto de responsabilidad estratégica de dimensiones históricas.

Exembajador de México en Marruecos y vicepresidente del Observatorio Mexicano del Sáhara Marroquí

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