Por: Eduardo Tzili Apango*

El anuncio de Donald Trump sobre el cambio de denominación del Departamento de Defensa a “Departamento de Guerra” permite preguntarse si esto se trata de una maniobra retórica, o de una señal de que Estados Unidos se prepara para un eventual conflicto, en especial frente a China en el Indo-Pacífico.

El lenguaje tiene un valor político innegable. Desde 1947, el término “Defensa” reflejaba la aspiración de proyectar a Estados Unidos como una potencia que empleaba sus fuerzas armadas con fines protectores. Recuperar la palabra “Guerra” supone un giro discursivo que reconoce la naturaleza ofensiva y expansiva del poder militar estadounidense.

Sin embargo, por sí solo el cambio de denominación no equivale a movilización bélica. La preparación para la guerra requiere medidas más concretas, como nuevas autorizaciones de uso de la fuerza, activación del servicio militar obligatorio o despliegues masivos. Pero, lo que sí se observa es un proceso de preparación estructural, que incluye un fuerte un gasto militar, superior al billón de dólares anuales, la reactivación de la base industrial –con inversiones en municiones, misiles y submarinos a niveles no vistos desde la Segunda Guerra Mundial–, y el fortalecimiento de alianzas regionales, con acceso logístico ampliado en Filipinas, ejercicios conjuntos con Japón y Corea del Sur y una estrategia Indo-Pacífico de prioridad estratégica.

De esta manera, un escenario de competencia estratégica prolongada se encuentra en configuración, en el que la disuasión y la capacidad de sostener un conflicto de alta intensidad son esenciales. Estados Unidos parece prepararse no tanto para iniciar la guerra, sino para garantizar que, si fuera inevitable, estaría en condiciones de ganarla.

La señalización no ocurre en el vacío. China mostró “músculo militar” avanzado en el desfile por el 80 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, acompañado por Putin y Kim Jong-un. La imagen proyecta un bloque de potencias desafiantes del “orden mundial liberal”. En este contexto, el “Departamento de Guerra” funciona como un constructo simbólico que comunica dureza y disposición.

Este tipo de gestos pueden entenderse como “señalización estratégica”, o los actos simbólicos que moldean el cálculo del adversario. El riesgo es que la señalización pueda fomentar una espiral de acción-reacción, pues, lo que comenzó como un gesto retórico, puede terminar por acelerar la carrera armamentista y consolidar la desconfianza mutua.

El cambio de nombre es un paso más en la narrativa de confrontación. No significa aún que la guerra sea inminente. Pero, combinado con el aumento del gasto, la reorganización industrial, el refuerzo de alianzas y las demostraciones de poder de China, el renombramiento configura un escenario en el que la guerra deja de ser una abstracción distante para convertirse en una posibilidad tangible. El mundo ha avanzado otro paso más hacia la guerra.

*El autor es profesor-investigador del Área de Política Internacional de la UAM-Xochimilco, integrante del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales, y especialista en geopolítica. Contacto: etzili@correo.xoc.uam.mx.

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