
El jueves pasado, cuando Jen Mulini, una mujer indígena con discapacidad, intentó cruzar la calle mientras llovía, su silla de ruedas se atoró en un hoyo que había en el pavimento, y al frenarse de golpe salió impulsada hacia un charco. Por lo mojado del suelo, su silla se resbaló hacia atrás y quedó muy lejos de ella.
“Fue un momento donde sentí mucho miedo porque era una calle de doble vía. Tuve que arrastrarme sobre la calle completamente mojada para poder agarrar mi silla”, relata a EL UNIVERSAL.
Aunque fue auxiliada por dos personas que pasaban en ese momento, señala que la Ciudad de México no está pensada para personas con discapacidad, y asegura que cuando llueve se vuelve más riesgosa.
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Jen es fotógrafa freelance y recorrer la Ciudad es toda una travesía. “Las llantas se vuelven muy resbalosas por la lluvia y el piso mojado, además de que con la humedad es difícil frenar (...) y no sólo para mí, también para las personas con muletas sus tapones de plástico se resbalan”, narra.
Dice que no sabe lo que hubiera pasado aquel jueves si las personas que la ayudaron a regresar a su silla no hubieran estado ahí. “Tal vez le tuve que haber hablado a mi vecina o a mi hermano para que vinieran por mí porque estaba tirada en la calle”
“Luego me dicen que por qué no uso paraguas, y les digo ‘¿con qué mano?’”, ríe mientras se impulsa con ambas manos.
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Pero las lluvias fueron apenas un factor que agravó la situación que provocó que se cayera; pues la razón principal, asevera, es la falta de mantenimiento de las calles e infraestructura en la Ciudad.
“Lamentablemente al no haber una iluminación adecuada, más los hoyos en la calle, más las lluvias torrenciales pues fueron el factor que combinó el que yo me cayera. Además se combinó la inaccesibilidad”, expresa Jen Mulini, quien en 2009 tuvo un accidente automovilístico.
En 2015 se mudó a la Ciudad de México y desde entonces tiene que lidiar con baches, hoyos, tapas abiertas, rampas mal construidas, banquetas rotas, escalones mal planeados y postes atravesados, entre lo que recuerda.
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Platica que los hoyos como en el que se cayó la semana pasada llegan a durar hasta meses sin que sean reparados, lo que la obliga a cambiar por completo su trayecto, “me tengo que dar la vuelta o irme por otro lado aunque sea un escaloncito, pero lo que sí es que primero lo intento, aunque parezca que no voy a poder lo intento”.
“Tan sólo en Reforma, una de las avenidas más transitadas, existen este tipo de problemas y de manera puntual en cada una de las colonias del Centro”, expone.
Para mostrarlo, recorrió el cruce de Paseo de la Reforma e Insurgentes, una de las que más utiliza y, sin rampa, bajó el escalón como pudo. Para llegar al otro lado, forzosamente tuvo que rodear el camellón que atraviesa Reforma, quedando totalmente expuesta entre los automóviles que se dirigían en los tres sentidos.
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Después del accidente Jen tomará otras medidas, como esperar a que deje de llover o cruzar acompañada de una persona.