El, Francia Gutiérrez estaba fuera de la ciudad cuando recibió la llamada que cambiaría para siempre su manera de mirar el Multifamiliar de Tlalpan.

El edificio 1C, aquel que había resistido el y donde había crecido junto a su familia, se había derrumbado. Para ella, ese espacio no era únicamente un conjunto habitacional, era el sitio donde había transcurrido su infancia, habían nacido sus hermanos y donde las jardineras, los pasillos y las ventanas se habían llenado de recuerdos.

En San Ángel, la jornada de Israel Ballesteros transcurría con normalidad hasta que la tierra comenzó a sacudirse. La incertidumbre se instaló de inmediato: durante horas no hubo forma de comunicarse y la preocupación crecía con cada intento fallido por llamar a casa. Sólo más tarde, cuando por fin las líneas se restablecieron, llegó la noticia: en el Multifamiliar había un colapso.

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El derrumbe del edificio 1C no sólo dejó a decenas de familias sin hogar, también fue el comienzo de una larga y desgastante lucha social para los habitantes, quienes debían buscar la reconstrucción de sus departamentos, así como aquellos que los daños les permitieron optar por la rehabilitación.

La explanada del complejo habitacional y la iglesia se transformaron en los principales puntos de encuentro, donde a cualquier hora del día o de la noche se realizaban asambleas.

Ahí nació Damnificados Unidos de la Ciudad de México, un movimiento que trascendió las paredes del Multifamiliar y unió a otros afectados del sismo. Con pancartas, marchas y protestas, buscaron garantizar su derecho a la vivienda.

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Israel Ballesteros señala que el gobierno no otorgó apoyos extraordinarios, lo que se consiguió fue únicamente el cumplimiento de una obligación.

“De entrada, nos cuesta trabajo el término apoyo, es decir, no son apoyos, es su responsabilidad, es su chamba, son derechos de nosotros y obligaciones de ellos”.

La fuerza de la organización no sólo vino de los jóvenes, sino de los vecinos de mayor edad. Eran quienes habían sostenido al Multifamiliar desde décadas atrás y, en medio de la incertidumbre, volvían a encabezar la resistencia.

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“La solidaridad más sentida fue la paciencia y empatía durante las movilizaciones, esperando el inicio de obras y el cumplimiento de tiempos, más que por recursos o lujos. Eso permitió sostenernos durante los meses y años de reconstrucción”, relata Francia Gutiérrez.

En medio de esa organización, Pier Puebla asumió la tarea de coordinar la preparación de la comida comunitaria. Grandes ollas se llenaban cada día y se repartían entre las familias, manteniendo vivo un espíritu de unión que dio fuerza a la comunidad en las semanas posteriores al sismo.

“Se pidió que hubiera un comedor en el parque para todos los que estábamos aquí, y ahí a mí me tocó repartir la comida: desayuno, comida y cena”, recuerda.

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Tras varios meses de lucha, los vecinos lograron la reconstrucción de sus viviendas, pero esto no significó el final de los problemas. En el edificio 1C existen tensiones. No todos los residentes asumieron de la misma manera los compromisos derivados de la reconstrucción, lo que ha provocado divisiones vecinales.

También llegaron nuevas familias, y las generaciones más jóvenes rara vez participan en las reuniones vecinales. Aun así, quienes vivieron de cerca la tragedia, sostienen los vínculos forjados en la emergencia y mantienen viva la memoria de lo ocurrido.

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