Son las cinco de la mañana de un día de febrero en el pueblo de Santa Ana Tlacotenco, en la . Laurencia Melo Agordo selecciona cuidadosamente las semillas de que sembrará, las cuales germinarán hasta noviembre. Sabe que no puede fallar, pues la tierra sólo le permite cosechar una vez por año.

Son nueve meses para producir el maíz perfecto. En cambio, asegura, en la industria basta con abrir una bolsa de harina para hacer kilos de tortillas en minutos, aunque termine siendo dañino para la salud, señala.

“Una ventaja es en cuanto a lo que te está nutriendo, porque la otra nada más sacia tu hambre, pero esta te nutre y te da varios beneficios en la salud”, dice la mujer, quien recuerda que se adentró en la producción de maíz nativo desde los cinco años, gracias a su mamá y su abuela.

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Agrega que el maíz transgénico y el híbrido lleva muchos químicos, pues “a la hora de sembrar meten pesticidas”.

“Está comprobadísimo que a pesar de que, pues, ya sea una tortilla, una tostada, siempre ahí va a estar el químico y en esta no, porque desde que lo sembramos hasta que hacemos una tortilla, sabemos que son totalmente buenas prácticas”, afirma Laurencia, quien platica que cuando insertan las semillas en la tierra “con los pies vamos bailando prácticamente”.

Sabe que la diferencia entre un kilo de tortilla industrial y de maíz nativo es muy amplia, pues el primero ronda los 23 pesos, mientras que el segundo va de los 105 a los 120, pero señala que vale la pena. Dice que clientes le compran hasta una docena y media para congelar, convencidos de que “nada que ver con las de tortillería”.

Relata que el maíz que siembra junto a su esposo proviene de semillas que se han reciclado desde hace más de 50 años y asegura que son tan especiales que ha viajado gente desde Suiza únicamente para comprarle las semillas de maíz nativo.

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Asegura que cada grano tiene sus bondades y cada variedad su uso: el rojo es para burritos, pinole y tamales de guayaba; el azul para tlacoyos y atoles, mientras que el blanco se usa para tortillas suaves.

“El rojo también lo puedes hacer para tamales. Me encanta hacerlos de guayaba porque no tienes que ponerle ningún colorante”, dice.

Laurencia explica que en su terreno de 10 mil metros cuadrados lo ideal es cosechar 12 toneladas de maíz nativo al año, pero para lograr mantener viva la tradición debe enfrentarse a retos que la han llevado a replantearse si debe continuar haciendo lo que ama.

Cuenta que hace 15 años estuvo a punto de dejarlo. “Ya estaba a punto de decir ‘hasta aquí’, porque no era redituable”, pues en ese tiempo el cuartillo apenas se pagaba a seis pesos. Por ello, celebra que la situación ha mejorado y actualmente se vende en 30 pesos el blanco, 35 el azul y 40 pesos el rojo.

Cada grano tiene sus bondades y cada variedad su uso: el rojo es para burritos, pinole y tamales; el azul para tlacoyos y atoles; el blanco para tortillas suaves. Foto: Fernanda Zamora / EL UNIVERSAL
Cada grano tiene sus bondades y cada variedad su uso: el rojo es para burritos, pinole y tamales; el azul para tlacoyos y atoles; el blanco para tortillas suaves. Foto: Fernanda Zamora / EL UNIVERSAL

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Señala que la falta de maquinaria es otro reto, pues un motocultor que le permitiría deshierbar más rápido cuesta entre 30 mil y 150 mil pesos. Por ahora todo lo hace con azadón y yunta. Indica que para bajar la mazorca de las parcelas utiliza su cuatrimoto Polaris, que apenas aguanta dos o tres bultos, por lo que a veces debe dar múltiples vueltas o contratar camiones.

“Si tuviéramos uno (motocultor) te aseguro que ahorita estuviera súper limpio el terreno; pero si lo hacemos manual, tardamos muchos días”, lamenta.

Otro reto, dice, son las ardillas que se comen parte de la cosecha, las cuales llegan gracias a la basura y comida que vecinos tiran cerca de la siembra. Cuenta que el año pasado perdió casi toda una cosecha porque una ardilla se comió la mazorca antes de diciembre.

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“En las orillas, como hay mucho roedor, sembramos hasta seis semillas porque decimos: uno para el animal y los demás para nosotros. Hay unos que se logran los cinco, los cuatro o tres, y en las orillas como hay mucho roedor, pues se pierden”, relata.

La jefa de Gobierno, Clara Brugada, informó este martes que se buscará que se aumente la producción del maíz nativo en la capital, a fin de que llegue a más tortillerías. Se planea invertir mil millones de pesos en el campo, de los cuales un porcentaje será asignado a las y los productores de maíz nativo.

Laurencia considera que los apoyos pueden ayudar, pero advierte que deben entregarse de manera directa y transparente. Recuerda que durante la pandemia un tío suyo descubrió que otra persona había metido su terreno en un programa sin autorización. “Yo digo que sería lo más factible que, bueno, tu terreno es este, tu documento es este, vamos al terreno directamente”.

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Comenta que lo que falta es una certificación clara para los productores de maíz nativo. “Siempre nos han prometido que el sello verde y todo, porque realmente nosotros sí lo sembramos con buenas prácticas, y eso es lo que nos falta. Porque luego dicen: ‘¿cómo me lo compruebas?’ Y yo les digo: ‘vayan a mi terreno’”, explica.

Le preocupa el futuro del campo

La productora de maíz nativo lamenta que cada vez hay más desinterés de los jóvenes por esta actividad. “Es que lo ven como un castigo, porque a muchos les decían que si no estudiaban los mandarían de castigo al campo”.

“Es parte de nuestra cultura, un legado de generaciones que debemos dejar a las siguientes”, concluye Laurencia Melo.

Laurencia Melo señala que el maíz que siembra junto a su esposo proviene de semillas que se han reciclado desde hace más de 50 años. Foto: Fernanda Zamora / EL UNIVERSAL
Laurencia Melo señala que el maíz que siembra junto a su esposo proviene de semillas que se han reciclado desde hace más de 50 años. Foto: Fernanda Zamora / EL UNIVERSAL
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