Cuetzalan.— “Ser volador me genera un sentimiento muy especial”, dice Ildefonso Bonilla Iglesias, de 51 años, quien realiza este ritual en el municipio de Xochiapulco y es integrante del Consejo Estatal de Voladores poblanos.
Durante su participación en el Noveno Encuentro Nacional de Voladores, que se llevó a cabo los días 29, 30 y 31 de agosto en el municipio serrano de Cuetzalan y en donde participaron más de 400 danzantes de Michoacán, Veracruz, Hidalgo, San Luis Potosí y Puebla, Ildefonso recordó que este evento reúne a abuelos, papás, jóvenes y niños, entre hombres y mujeres, a quienes se les ha transmitido de generación en generación esta ceremonia prehispánica.
El ritual de los voladores, que fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2009, es una danza ancestral asociada a la fertilidad, la petición de lluvias y buenas cosechas, y representa los cuatro puntos cardinales.
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Además, tiene como objetivo expresar el respeto profesado hacia la naturaleza y el universo espiritual, así como la armonía con ambos.
“Nuestro servicio lo damos como un agradecimiento especial a nuestra madre naturaleza, la cual nos provee de todos los elementos para poder tener vida. Es un sentimiento de mucha satisfacción donde podemos enlazar entre hermanos un sentimiento de compromiso hacia la protección de la naturaleza”, menciona Ildefonso, quien lleva más de 37 años volando.
Durante este ritual, cuatro jóvenes trepan por un mástil de 18 a 40 metros de alto fabricado con el tronco de un árbol. Sentado en la plataforma que se encuentra hasta arriba del palo, un quinto hombre —el caporal— toca con una flauta de carrizo y un tambor melodías en honor al Sol, así como para los cuatro vientos y puntos cardinales.
Después, los danzantes se lanzan al vacío desde la plataforma a la que están atados con largas cuerdas, mientras se desenrolla, van descendiendo paulatinamente hasta el suelo.

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Para Alejandrino García Méndez, quien fue volador durante 35 años, es un orgullo que sus hijos y nietos hayan aprendido esta tradición y sigan con ella. Después de tener un accidente mientras instalaba el palo volador, Alejandro quedó en silla de ruedas, pero eso no impidió que siguiera con este acervo cultural. Ahora se dedica a enseñar, a transmitir el ritual para que “la gente tenga una imagen bonita de los voladores”.
Ser volador le dejó experiencias muy bonitas, como conocer muchos lugares a nivel nacional e internacional, entre ellos Singapur. “Fue una experiencia muy bonita, hubo intercambio de conocimientos, de vida y de cultura”, menciona.
La secretaria de Arte y Cultura, Alejandra Pacheco Mex, señala que el encuentro de voladores representó un compromiso con la memoria, identidad y futuro cultural de los pueblos originarios, con el objetivo de difundir, conservar y transmitir este legado dancístico nacional.
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La vestimenta tradicional de los voladores consta de camisa blanca, pantalón rojo decorado con flecos, pectoral de tela roja con bordados, tocado con espejos y flores, y listones o pañuelos de colores.
El precio de los trajes de los voladores oscila entre 5 mil y 7 mil pesos. Todo el bordado se hace a mano y tardan aproximadamente 15 días en confeccionar las prendas de un sólo danzante.
“Nosotros, como grupo, compramos la tela y la chaquira, lo mandamos diseñar y ya se les da a los compañeros para que se elabore el traje”, señala Alfonso Narciso.

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Para Alfonso, esta tradición es un legado que les dejó su papá don Alfonso Narciso Hernández, quien ahora tiene 74 años. Menciona que dentro de su familia son cuatro generaciones las que practican este ritual, y “ser volador es un don, es algo muy bonito”.
Luis Ángel, hijo de Alfonso, platica que participar en este ritual con su papá y su abuelo le da mucha felicidad, y que además es un orgullo volar con los que llevan muchos años en esto.
Cada año, como parte de la preparación de esta tradición, se realiza el cambio de palo de los voladores, para cuidar y proteger a los danzantes, ya que, por el tiempo, uso y clima se llega a deteriorar.
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“Primero se tumba del lugar en donde está, luego lo arrastramos y lo llevamos a un nuevo lugar. Tengo una sensación muy bonita cuando lo estamos colocando de nuevo, son las ganas de ya querer volar de nuevo.
“Para mí, esta tradición es muy bonita. Estar a más de 30 metros de altura es una emoción bien fuerte, estando arriba siento una conexión con los dioses”, comparte Santiago, quien es volador.
Don Ildefonso platica que al realizar este ritual de cambio de palo se genera un sentimiento muy especial, en donde le piden autorización a la naturaleza de que les permita hacer uso de un elemento (el tronco) que va a lograr que se pueda reunir toda la comunidad y poder transmitir a partir de eso la unidad, el trabajo y el esfuerzo.
“Son costumbres que tenemos muy arraigadas en nuestras comunidades y que nosotros, a través del tiempo, las hemos venido manteniendo para lograr esa armonía. Nuestros jóvenes aún están interesados en preservar nuestras tradiciones. Los niños se han dado cuenta de la importancia que nosotros les damos a nuestro ritual ancestral. Esta tradición es un gran orgullo, esa herencia la tenemos aquí, en mente y corazón”, menciona.
