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Poza Rica.— La ayuda federal llega lentamente a las calles junto a la ribera del río Cazones, donde los habitantes de esta ciudad han sobrevivido seis días entre lodo, escombros, agua estancada y el olor de lixiviados.
La descomposición empieza a generar focos de infección y malestar entre los cientos de damnificados. Hasta antes de las tres de la tarde de ayer, los habitantes de la colonia Gaviotas no podían entrar o salir de sus casas porque toneladas de basura y muebles permanecían en las calles, entre aludes de tierra, agua anegada —que en algunos lugares aún alcanzaba metro y medio de alto— y restos de animales muertos.
“Hay peste, un aroma fétido muy fuerte, como de carne humana. Ya varios tenemos diarrea y vómito. Yo tuve que tomar antibióticos automedicados. Hemos esperado ayuda por cinco días, pero no es una sorpresa, siempre barren solo donde ve la gobernadora”, reclama Melina Cruz Vera.

Melina habita en la privada Petirrojos. Lo perdió todo, desde electrodomésticos hasta ropa y documentos importantes. Reclama que la tragedia pudo evitarse, y recuerda que el alcalde de Poza Rica, Fernando Luis Remes, admitió que “el dinero del muro de contención [del río Cazones] no apareció”.
Se supone que dicho muro debía reforzar la ribera del río para evitar desastres como este, pero nunca se construyó, advierte.
“Es injusto lo que estamos viviendo. Aquí seguimos entre el lodo, con el agua arriba de la rodilla, esperando que vengan a limpiar, porque nosotros ya no podemos más”, dice a EL UNIVERSAL.

La casa de Claudia Aburto, en la privada Las Águilas, también quedó sepultada bajo metro y medio de piedra y lodo, y ayer por la mañana, cuando inició el censo casa por casa del gobierno federal, le fue muy difícil entrar.
“Nos están presionando para entrar a casas inhabitables, de difícil acceso; las calles son un basurero. Deben privilegiar el desazolve al censo”, recalca.
Nidia Trinidad dice que vive entre el tercer piso de su casa y la azotea, pues la planta baja está llena de lodo y apesta.
Desde lo alto de su casa se podía ver el caos en la colonia.
Una hora más tarde, personal del Ejército y de la Secretaría de Marina entró a las Gaviotas con máquinas de trascabo. Llegaron servidores de la nación, Policía Municipal, equipos de Protección Civil y personal de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) que fueron bien recibidos por algunos vecinos, pero confrontados por otros, quienes reclamaron su aparición tardía.
En la calle Garzas, Silvia Hernández Hernández colgó un cartel hecho con cartón y marcador negro para pedir ayuda. Lo colocó después de ver pasar durante días las camionetas de auxilio sin que nadie entrara a su zona.
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“Toda la ayuda llegaba a la entrada y para acá nos tenían olvidados”, explica al aclarar que el letrero no es un reclamo, sino una súplica para que las autoridades recuerden que ahí también hay familias atrapadas, sin comida ni agua. “Esto es una llamada de auxilio porque acá también vivimos y también perdimos todo”, manifiesta.
Silvia cuenta que durante la inundación se refugió con otras familias en una escuela, desde donde vieron como el agua subía hasta el segundo piso. “Oímos todo el terror de esa noche. Desde entonces no hemos salido. Lo poco que comemos es gracias a vecinos o maestros que vienen a repartir galletas y agua”, relata.
La ayuda de la gente
Ante la falta de apoyo oficial, los vecinos organizaron sus propias brigadas desde hace días. Con carretillas, cubetas y escobas comenzaron a despejar calles cubiertas de escombros y basura, mucho antes de que las autoridades lo hicieran.
En las esquinas se montaron comedores improvisados en mesas de madera donde se reparten tamales, bolillos y agua embotellada. También despensas con artículos de primera necesidad que personas de municipios cercanos trajeron.
Maestros, amas de casa y jóvenes se turnan para acarrear víveres, mientras otros levantan montones de muebles hinchados y cables sueltos o pelean contra piedras y lodo.
“Agradecemos mucho a Dios la ayuda que ya mandó el gobierno, pero agradecemos todavía más la solidaridad de los jarochos que nunca nos abandonan en cada inundación”, comenta Betzayde Cortés, mientras reparte bolsas con tortas de jamón a los brigadistas de grupos civiles que no han dejado de trabajar en Poza Rica.
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