Pachuca.— Chapula será inhabitable, sentencian las autoridades. Esta pequeña comunidad en el municipio de Tianguistengo, Hidalgo, fue arrasada por la crecida del río Tlacolula; sus 300 habitantes fueron evacuados vía aérea. Atrás quedó el pueblo, sepultado entre lodo y escombros.
Ahí todo está perdido, por ello “si hay que empezar de cero, pues empezamos de cero”, afirma Israel, habitante de esta localidad.
En Huehuetla el panorama no es mejor. Erasto Tolentino Castro se pregunta cómo reconstruir, cómo hacer que la gente empiece con un nuevo capital. Rehacer lo que la lluvia destruyó el jueves 9 de octubre en la sierra y región Otomí-Tepehua, de esta entidad, no será fácil.
Lo mismo ocurre en Zacualtipán, donde sus pobladores lloran la pérdida de al menos ocho vecinos que murieron durante los deslaves.
Han pasado ya casi tres semanas desde que las lluvias reblandecieron los cerros y desbordaron los ríos; la emergencia continúa, hay comunidades que siguen incomunicadas.
Pero en aquellas donde los habitantes, autoridades y militares han comenzado a retirar escombros, hay desesperanza e incertidumbre ante lo que les depara el futuro.
Los vecinos de estos municipios afectados dicen que hay que aprender de esta tragedia y no retar a la naturaleza, porque ésta “tiene memoria y tarde o temprano reclama lo suyo”, por ello en Huehuetla y Zacualtipán también se plantea la necesidad de reubicarse.
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Desde el vuelo de un helicóptero, Lupita observa desde lo alto y se pregunta: ¿En qué momento se asentaron aquí? Así de difícil es vivir entre montañas y ríos.
Y para ello, Tolentino Castro tiene una respuesta: “La pobreza en la región Otomí-Tepehua es muy alta. La gente no tiene condiciones para decir: me voy a comprar un lote y construir mi casa en un buen lugar. La gente está ubicada ahí porque no tiene de otra. Se preocupa día a día por llevar un plato de comida a su mesa. Si hay un terreno baldío y sin dueño, pues ahí se asientan en espera de que no pase nada”.
Del desastre a la reconstrucción
Adrián es dueño de la panadería La Burbuja, en el centro de Huehuetla. En este municipio, el Xantolo —la celebración tradicional de origen prehispánico que honra a los difuntos— mueve la economía: durante esta temporada llegan turistas a vivir de cerca esta tradición, que para el pueblo no sólo significa venerar a los muertos, sino también una oportunidad de obtener ingresos.
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Sin embargo, “este año no será lo mismo”, dice Adrián.
Esta semana ya debería sentirse la música, el olor del pan y las flores de cempasúchil. Ahora, esto no ha sucedido. La gente está enfocada en levantarse de las pérdidas, limpiar sus casas y reconstruir su vida.
En el lugar existen 10 panaderías que en esta temporada ofrecen pan de muerto. De ellas, sólo tres quedaron en pie; las demás se perdieron. Ubicadas a la orilla del río Pantepec, los hornos, las casas y los utensilios quedaron entre los escombros.
Ahora esta tradición se verá reducida a quienes apenas podrán levantar un altar para recordar a los que se adelantaron en el camino. Otros ni siquiera eso podrán hacer.
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En estas tres panaderías, sin embargo, no se ha reducido la clientela, pues ante la situación que se vive en el municipio, el pan significa la posibilidad de comer algo, pero el Xantolo no será el mismo. Para estas familias, los hornos eran su sustento, y hoy ya no los tienen.
Los primeros respondientes
Durante los primeros días, Huehuetla permaneció incomunicado y sin ayuda. Los pobladores hicieron lo que pudieron para reparar los daños que dejaron las lluvias.
Hoy, en el municipio ya hay presencia de la Guardia Nacional, militares y funcionarios que se adentran en el terreno con una sola consigna: reconstruir, aunque en muchos lugares ya no será posible.

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Varias comunidades de Huehuetla aún requieren “los primeros auxilios”; después vendrá arreglar la vida y comenzar de nuevo.
Erasto Tolentino señala que una de las enseñanzas que deja esta tragedia es la necesidad de construir Protección Civil desde la ciudadanía, pues son los habitantes “los primeros respondientes” ante una emergencia de tal magnitud.
Además, dice, se les debe dotar de instrumentos básicos como camillas, equipo médico y capacitación para generar protocolos de atención. “En estos lugares la falta de servicios médicos o de camillas obliga a la gente a cargar a sus enfermos y a sus muertos”. explica.
Tolentino también considera necesario reubicar a los vecinos que viven en zonas de alto riesgo, y para ello se debe comenzar con la concientización de quienes hoy se salvaron, pero quizá, en el próximo desastre, no tengan suerte.
Dejar la vida y los recuerdos en el pueblo
Celet, de 18 años, cuenta que en la comunidad de Chapula el gobierno ya anunció públicamente que el pueblo no podrá ser habitado nuevamente, aunque hasta ahora no han recibido una notificación oficial.
Los pobladores, evacuados por sus familiares migrantes, se encuentran dispersos en distintos lugares, principalmente en Zacualtipán. Aún no saben qué va a pasar con ellos, pero la mayoría quiere regresar al pueblo: ahí están sus vidas y sus recuerdos.
Celet vive ahora en Zacualtipán, donde trabaja en el ramo textil. Tras ser evacuados, sus padres y hermanas viven con ella, pero mantienen la esperanza de volver al sitio donde sus abuelos y bisabuelos se asentaron.
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No obstante, lo ven difícil y los sentimientos son encontrados: volver puede ser un riesgo y perder todo nuevamente; no sólo lo material, sino la historia vivida ahí. No hacerlo, significa lo mismo. Por eso su padre Israel dice si toca empezar de cero, pues se vuelve a empezar.
¿Cómo vivir después de perderlo todo?
Guadalupe Vera es una activista que, durante estos días, movilizó ayuda para comunidades de Zacualtipán, entre ellas Olonteco, Maxala, Xoloapa, Chinancahuatl y Mimiahuaco, ubicadas en la parte más alejada del municipio y colindantes con la zona norte de Veracruz.
Lupita, como la conocen, relata la desesperación de la gente en los primeros días por la falta de víveres y el miedo que dejó el desastre. Hoy, dice, lo que predomina es la incertidumbre: no saber qué hacer después de la tragedia.
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El desastre fue devastador, y reconstruir la vida de todos los habitantes será igual de difícil. Lo más trágico, dice, fue la pérdida de vidas humanas, los sepelios improvisados de quienes quedaron entre los derrumbes. Eso lleva a replantear una pregunta dolorosa: ¿se debe volver a habitar ahí?
Hoy, en Huehuetla y muchas localidades afectadas de Hidalgo, se hizo la luz, y con ella un rayo de esperanza, porque en esas zonas, encender el interruptor no sólo significa tener electricidad, sino recuperar un poco de la cotidianidad que se perdió durante la tormenta.

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