
En los patios del Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino, en la Ciudad de México, por allá de 2005, La Castañeda ofreció un concierto a los internos. Uno de ellos se acercó a Salvador Moreno, vocalista de la banda, y le dijo una frase que lo marcó.
“Todos creen que estas bardas son para que nosotros no nos escapemos, pero en realidad son para que los de afuera no se metan”.
Para él, resumía la esencia de lo que La Castañeda representa desde su origen: la locura no como enfermedad, sino como una forma más libre —y a menudo más honesta— de habitar este mundo.
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“La locura se convierte para nosotros en una bandera, en un don”, ahonda Salvador en entrevista con EL UNIVERSAL, a propósito del cierre de ciclo de la agrupación esta noche en el Auditorio Nacional.
“Esa locura se exalta como una fuerza creativa, a diferencia de esa enfermedad patológica de la normalidad que está inscrita en cánones, tabúes y preceptos impuestos por la sociedad de consumo”.
Pero la resistencia no empezó ahora. La Castañeda eligió ir a contracorriente desde que formaron la banda en los años 80, cuando la escena del rock mexicano apenas tenía foros y respaldo.
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Más que sonar bien, aclara Moreno, querían incomodar sin fórmulas comerciales o canciones en la radio. Su apuesta, detalla, fue construir un universo visual, escénico y musical que tomara la locura como punto de partida. De ahí su nombre, inspirado del manicomio inaugurado por Porfirio Díaz en 1910 y demolido en 1968, que durante décadas fue símbolo de encierro, olvido y exclusión.
“Nunca quisimos encajar con lo comercial, jamás fue para nosotros un tema a cuestionar”, dice el músico.
“Gracias a esta postura, este concepto, la banda se abrió camino entre tantas otras propuestas y ha logrado permanencia y la construcción de un nicho propio”.
Hoy, en un mundo donde la música parece diseñada para gustar solo unos segundos y sonar igual en todos lados, La Castañeda destaca la necesidad de apostar al caos y la incomodidad, algo que se ha perdido en los nuevos géneros comerciales.
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“El rock es la cultura de la libertad, en términos musicales, filosóficos… incluso para tocar temas sociales o existenciales. A diferencia de otros géneros superficiales, el rock mantiene ese compromiso con lo trascendente”, dice.
Esta noche, La Castañeda se despedirá de los escenarios (aunque no descartan un reencuentro a futuro).
Será el cierre de un ciclo de más de tres décadas con una alineación que ha sabido conservar su esencia, aun con ausencias dolorosas como la de Edmundo Ortega, bajista original fallecido en 2017.
Hoy, el proyecto sigue encabezado por Moreno (voz), Oswaldo D’León (guitarra) y Omar D’León (teclados).
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El concepto del espectáculo se inspira de La nave de los locos, el libro de Michel Foucault. Habrá bailarines, actores, efectos visuales y una escenografía teatral, fiel al estilo que la banda ha cultivado desde sus inicios.
“Cerrar en este momento es algo que finalmente nos da totalmente sentido. Es un clímax, un cenit, un punto que también creo que deja muy en alto el nombre: el nombre de la banda, el nombre del rock, el nombre del arte”.
Después del adiós, el músico planea continuar en solitario. Tiene lista nueva música, retomará la pintura y está por publicar un libro con memorias, ensayos y letras, donde reflexiona sobre el papel del arte como resistencia y sobre pasajes de La Castañeda.
“No me retiro del escenario ni de la creación. Solo cierro este capítulo con la gratitud de haberlo vivido intensamente, con absoluta libertad”, comparte el vocalista.
Las puertas se abrirán a las 18:00 horas para que las personas puedan ser parte de una exposición visual con obras relacionadas con la banda.
Entre los invitados están José Manuel Aguilera (La Barranca), Héctor Quijada (La Lupita), Armando Palomas y los hijos del saxofonista de Maldita Vecindad, Sax, quienes le rendirán homenaje a su padre, fallecido en 2021.