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En el mundo del cine, se dice que las segundas partes nunca fueron buenas. Cinematográficamente, la segunda etapa de Javier Hernández con las Chivas debe estar clasificada en el género de terror.
En 2024, el Chicharito regresó al equipo de sus amores. El Rebaño Sagrado nunca le cortó las alas y le permitió volar en lo más alto. Era justo que le devolviera algo de lo mucho que recibió de la institución tapatía. Futbolísticamente, no lo consiguió.
Después de su exitoso paso por el viejo continente, donde jugó en tres de las Ligas más importantes (Inglaterra, España y Alemania), y un breve periodo por la MLS, el canterano rojiblanco creyó que era momento de volver a casa.
Sin embargo, aquella estrella que llegó a brillar en su máximo esplendor cuando portaba la camiseta de dos gigantes del futbol mundial como el Manchester United y el Real Madrid, ya no irradiaba la misma luz. Su esplendor se consumió —poco a poco— con el paso de los años, aunque tenía la esperanza de que lo que le quedaba se reflejara con sus queridas Chivas.
Luego de casi dos años de la impresionante presentación que tuvo en un abarrotado estadio Akron, el Chicharito Hernández no pudo cumplir con las expectativas.
En los cuatro semestres que vivió en su segunda etapa con el Rebaño Sagrado, Javier disputó (entre Liga MX y Copa de Campeones de la Concacaf) mil 662 minutos, en 40 partidos; contribuyó con una asistencia y apenas marcó cuatro goles.
El Chicharito se pudo despedir de las Chivas siendo un héroe, pero lo hará convertido en auténtico villano... Y no el de una historia mal contada, como él mismo se describió.
En su pie derecho, tuvo la oportunidad de reivindicarse con la afición del Guadalajara, de limpiar —aunque fuera un poco— la manchada imagen que había dejado en el último par de años, pero no pudo aprovecharla; la desperdició y cerró un triste ciclo en su carrera.
Su última imagen con la camiseta rojiblanca siempre será recordada: Su rostro desencajado y los ojos llenos de lágrimas, tras haber fallado un penalti decisivo.
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