Escribir la novela y publicarla fue en cierto sentido cerrar un universo que me ha acompañado más de 20 años, asegura el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez al hablar de Los nombres de Feliza (Alfaguara, 2025), su nueva obra que relata, con el poder de la ficción, la vida interior y el universo histórico que atravesó la escultora colombiana Feliza Bursztyn, una artista revolucionaria y de espíritu libre y contestatario que murió el 8 de enero de 1982, en un restaurante de París, durante una cena con su esposo y cuatro amigos, dos de ellos: Mercedes Barcha y Gabriel García Márquez.
“Es una novela que sigue teniendo las mismas obsesiones que mis libros desde Los informantes, que en particular es tratar de iluminar ese espacio donde lo público se cruza con lo privado, donde la vida íntima, emocional de una persona se convierte en escenario de la historia y de la política. Eso es lo que siempre he querido hacer”, afirma Vásquez, quien recuerda que lo hizo tímidamente con La forma de las ruinas y luego de manera completamente abierta en Volver la vista atrás.
“Me interesa tratar de usar la forma de la novela y el lenguaje de la novela para contar vidas reales de gente real sin inventar incidentes, sin inventar eventos, sin inventar hechos, más bien usando la imaginación para contar el lado invisible de esos hechos visibles, para meterme en la cabeza, en las emociones de esos personajes”, afirma.
Lee también Feliza Bursztyn, la escultora que murió de tristeza
Feliza Bursztyn fue primero una curiosidad muy intensa cuando leyó la columna de García Márquez que comenzaba diciendo que Feliza murió de tristeza. Le costó dos décadas de construir experiencias vitales, entre ellas superar los 48 años de vida de Feliza, pero también transitar experiencias literarias como la escritura de Volver la vista atrás y La forma de las ruinas, para saber cómo lidiar con un personaje real en la ficción y qué puede hacer la ficción para contar de la vida de una mujer real que una biografía no podría contar.
“Aunque no invente nada, la ficción existe. Va por otro lado, la ficción está en forma de mi lectura, que es muy personal, de la vida interna, emocional y psicológica de esta mujer y de su marido, y la ficción va también en lo que yo llamo cierta dramaturgia de su vida, es decir, escoger unos hechos, desechar otros, darles forma, completar lo que la biografía no cuenta con la organización de los materiales que puede hacer la imaginación novelística y recordar, como hice también en Volver la vista atrás, que el origen etimológico de la palabra fingir, que es de donde viene nuestra ficción, quería decir modelar, dar forma a algo, tallar en el caso de la de la madera, esculpir. Y eso es lo que yo hago. No inventar de la nada, sino utilizar el material que está en bruto, los datos biográficos, y darle una forma especial”, relata Vásquez.
Esta novela es también un nuevo desafío al propio género, y es también una nueva exploración a Colombia, país en el que ya no vive, pero nunca deja. “Nunca, desde 2004, he escrito una sola historia que no sea obsesivamente colombiana, que no se ocupe obsesivamente por la vida de mi país”.
Lee también El arte es un eco en el pecho: una conversación con Alberto Ruy Sánchez
Esta vez, Feliza Bursztyn le permitió explorar un estallido cultural que vivió Colombia en los años 50 y 60 con las primeras obras de García Márquez, Débora Arango, Jorge Gaitán Durán, Fernando Botero, Leo Matiz, Santiago García, pero Feliza se enfrentó a todas las camisas de fuerza que le lanzaba encima la sociedad colombiana “por ser mujer, por ser artista, por ser de izquierdas, por ser de izquierdas viniendo de padres judíos que se habían insertado en la burguesía bogotana”.
Al tiempo de ir escribiendo la novela en varios niveles, Juan Gabriel se dio cuenta que estaba contando algo muy simple: una historia de amor. “Era la historia de amor entre Feliza y el marido de sus últimos 10 años, Pablo Leyva, que fue mi informante principal y mi confidente principal y la memoria del libro. Por eso el libro en una gran proporción está contado a través de la memoria de Pablo”. Pero construido con una enorme investigación documental, entrevistas y testimonios.
Escribir este libro, dice, fue asistir a la vida de una mujer que fue siempre una lucha contra el mundo que la hería, la envilecía, la agredía. “Desde su primer marido que quería prohibirle que fuera artista y que se llevó a sus hijas, a traición, hasta soportar la persecución de un sistema político muy represivo, de un gobierno represor que a finales de los 70 persiguió a todo lo que sonara de izquierda y acabó ocasionando el exilio de García Márquez y luego de Feliza”, dice el autor, quien agrega que tras 20 años de convivir con Feliza, “ya puedo dejar de pensar en ella”.