
”Cada vez es más frecuente la violentación al espacio urbano. Es vulnerar espacios donde se pretende generar diálogo, reflexión y conocimiento. Creo que es un reflejo de algo muy delicado. En estos espacios es donde se está generando la reflexión, donde se están denunciando las injusticias, donde se está generando memoria. Entonces, destruir la memoria es una actividad fascista. Creo que esto nos debe llevar a una reflexión muy profunda en lo que está pasando con estos bloques negros, ¿quién los protege?”, se pregunta la escritora y periodista Adriana Malvido respecto a la destrucción y saqueo en distintas áreas del Centro Cultural Universitario (CCU) de la UNAM, el domingo pasado: la fachada del Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), la Librería Julio Torri, la explanada de La Espiga, donde se encuentra la escultura La Universidad, germen de humanismo y sabiduría, de Rufino Tamayo; actos perpetrados por un contingente de manifestantes que se desprendió de la segunda marcha contra la gentrificación y que se identifica como el Bloque Negro.
Adentro del MUAC —señala María Minera, crítica de arte, investigadora y activista— está teniendo lugar “una exposición extraordinaria, importantísima, Cinco décadas en espiral, de una de las mejores artistas mexicanas, Magali Lara, una artista que, desde el final de los años setenta ha venido incorporando en su práctica pictórica importantísimas reivindicaciones feministas. Una artista que a cualquier persona tendría que importarle, todos tendríamos que ir a ver esa exposición. Entonces, para mí fue muy doloroso ver los dibujos, los murales de Magalí que se alcanzan a ver desde las ventanas, mientras que afuera, muchachos, sobre todo hombres vestidos de negro, con el rostro cubierto, rompían los vidrios de esas mismas ventanas. Es una metáfora brutal de lo que está pasando, y del papel del arte en este mundo. Los dibujos de Magali Lara se veían milenarios, sabios, inmensos en su capacidad simbólica, con una fuerza que ya quisieran quienes protestaron. En cambio afuera, los niveles de violencia, enloquecida y lo que ofrecían era una visión lamentable”.
Alrededor de las 10 de la mañana, tres días después de las afectaciones, el flujo ha sido menor a diez personas. Junto a la fuente hay tambos y cinta roja. Sobre el suelo se ven los restos de cristal pulverizado. Y en el rectángulo de una de las baldosas, lo que quedó de la fogata, polvo blanco como la cal y cenizas junto a la mancha amarillenta dejada por el fuego. Varias pintas con esténcil: “la lucha nos da lo que la ley nos quita”. Al frente, en el camellón, hay una lona negra con la leyenda Los arrendadores también son el problema. En la librería Julio Torri, tres bancas de madera bloquean las puertas de entrada y la cinta amarilla impide el acceso. Al interior queda la huella del paso del Bloque Negro.
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Un grupo de trabajadores coloca un andamio, a la altura de los huecos donde estuvieron los ventanales; al mediodía alcanzan las zonas dañadas. Dos hombres (uno con uniforme militar) borran las pintas de la entrada, “UNAM facha”, por ejemplo; un par de horas después, uno de los símbolos pasó del color rojo a un tono deslavado en los trabajos de limpieza. En la fuente hay pedazos de varilla, con los que muy seguramente quebraron la fachada; también hay una lata de aerosol junto a los mensajes de las pintas: “Fuera gringos, no lleguen a San Andrés Mixquic”, “No más indiferencia”.
Minera se pregunta, ¿cómo se pasa de meterse buscando protección, a destruir el espacio que te está protegiendo? “Para mí es muy difícil entender cómo se pasa de estar protestando contra la gentrificación a provocar destrozos serios, importantes, en un museo y una librería públicos. Una cosa no va de la mano de la otra en ningún momento”.
Sobre el discurso que subyace en las pintas señala que es preocupante “cómo se meten en una misma bolsa reclamos diversos que, en lugar de darle peso a la protesta legítima, la desarman por completo”.
El excurador del MUAC, Cuauhtémoc Medina complementa: “Es todavía más lamentable que una parte importante de la sociedad asuma que esto es natural. De manera que mi expresión hasta ahora ha sido clara, en el sentido de que es necesario que los movimientos sociales y quienes nos manifestamos, establezcamos que esto no es lo apropiado; que las acciones de un movimiento social se tienen que coordinar, y que el automatismo de la destrucción es un error táctico y un problema político muy serio”.
El hecho es que ahora, continúa, “en el ataque a una institución cultural, se está mostrando claramente este problema. Hay una facción del movimiento social que ha perdido la noción de cuál es el modo en que es posible protestar. Pero yo entiendo que es una posición que no es sencilla de apreciar porque otra parte de la opinión pública, que me parece que está muy equivocada, piensa que el problema es un asunto de absolutos, en donde lo que espera es que haya una intervención policial, lo cual difícilmente tendría algún tipo de efecto”.
¿Qué fue lo que pasó?, se cuestiona Adriana Malvido: ¿por qué pueden suceder estas cosas con impunidad? “Quemar libros simbólicamente es muy fuerte. Lo que sucedió en el Centro Cultural Universitario es un acto contra la cultura resultado de las semillas de odio y resentimiento alimentados desde las redes y el poder”.
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En un comunicado enviado ayer, la UNAM confirma y precisa lo que Tatiana Cuevas, directora del Museo, le dijo a EL UNIVERSAL el 22 de julio: que “personal adscrito al área jurídica de la UNAM presentó la denuncia correspondiente ante la Fiscalía de Investigación Territorial en Coyoacán por el delito de daño a la propiedad, a las 01:18 hrs., del lunes 21 de julio del año en curso. Las autoridades iniciaron la Carpeta de Investigación CI-FICOY/UAT-COY-2/UI-1 S/ D01594/ 07-2025”; que “representantes de la Compañía General Mexicana de Seguros, peritos y Policía de Investigación de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México (FGJCDMX) y una célula especial de la Policía de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, realizaron un recorrido conjunto para determinar y cuantificar los daños”; que se pretende recuperar las actividades públicas el 30 de julio y que el área de Bienes Artísticos y Culturales de la Dirección General del Patrimonio Universitario comenzará los trabajos de restauración de la escultura de Rufino Tamayo.
Ante la postura política de más de un centenar de figuras de la cultura, la ciencia y la academia, que en una carta publicada tras los daños, pidieron esclarecer el origen de los actos vandálicos; documento firmado inicialmente por Bolfy Cottom, Jacobo Dayán, Graciela de la Torre, Antonio Lazcano, Adriana Malvido, Eduardo Matos y María Minera, entre otros, hay un contraste: el pronunciamiento que el Frente por la Vivienda Joven lanzó el 21 de julio es que ya dentro de CU se señalaron actos en las inmediaciones del MUAC. “Queremos ser enfáticos: no nos representan discursos moralistas que protegen un museo que ha negado históricamente el espacio a estudiantes de la propia Facultad de Arte y Diseño. Lo verdaderamente violento no es una pared manchada o un vidrio roto, sino una vida precarizada”.
Medina afirma que la relación entre protesta y gobierno tiene que cambiar: “La protesta no está siendo escuchada por ninguna estructura de gobierno en ninguna forma”. Es peligroso, dice, “que la izquierda mexicana, en el poder, esté perdiendo la capacidad de interactuar con el movimiento social es una tragedia. La reacción ante el Bloque Negro debe ser, como dicen, cancelarlo”, concluye.