Como no soy Senador, Diputado, ni hijo de ya-saben-quién, estos días he disfrutado profundamente la tranquilidad que quedarme en casa, lo cual me ha permitido darme vuelo leyendo y escuchando nuevos discos, así como planeando la agenda con base en lo que se ofrece por estos lares a partir de este mes.

Tras haber disfrutado a principios de año Ópera y gastos secretos: Su producción en México en la primera mitad del siglo XIX (editorial EyC), libro imprescindible y esclarecedor en el que Áurea Maya descubre datos insospechados sobre la ópera en nuestro país, y cómo aquellos gobiernos –sin importar del bando que fueran- invertían en ella en aras de incorporarnos “al concierto de las naciones”, ha llegado a mí otra joyita que, a 142 años de haberse publicado en Francia, apenas recibe su primera edición en español, gracias a los empeños de Editorial Nicolasa: Los trajes de la Ópera de los siglos XVII y XVIII, de Charles Nuitter.

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En La Perra Chola (La Périchole de Offenbach) llevada al límite en formato de Ópera Cinema— Antonio da vida al inolvidable Miguel de Panatellas, el Ministro de la Borrachera Institucional.
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Además de los cuidados y coloridos facsímiles de los grabados de Auguste Etienne Guillaumot, dos textos enriquecen esta edición: el Estudio introductorio de Andrea Lumbreras, cuyo inicio no puede ser más contundente –“La simultánea bendición y maldición de las artes escénicas, está en su carácter efímero”- y Charles Nuitter, libretista e historiador de la ópera, un espléndido ensayo de Daniela Carro en el que, consciente de lo poco poco conocido que es este singular personaje en México (a pesar de su vasta obra que “abarca los textos de algunas de las composiciones más evocadas en el ballet y la ópera”), apunta desde un principio: “este no sólo es un libro acerca de los vestuarios de la ópera, ni solamente un documento de referencia histórica para todos los interesados en el tema, es, sobre todo, el esfuerzo de un hombre por recuperar un mundo artístico y cultural que estaba desapareciendo en la Francia de finales del siglo XIX”.

Viendo las propuestas operísticas que llegan a nuestros escenarios, y van del apego historicista más riguroso a la creatividad más mafufa y desbordada, me pregunto si no es tiempo de que surja un libro que consigne cómo se ha vestido a nuestros cantantes. Desde las exquisiteces de las Tolitas y los costales con que Demichelis suele uniformar a los elencos, hasta los roperazos con que salen adelante las producciones de bajo costo que, cada vez, son más frecuentes porque a diferencia del siglo antepasado, pareciera que lo que ahora se busca, es restringirnos a la exaltación de lo endémico y lo “original”.

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Mi pianofilia también se ha solazado en estos días, gracias a cuatro discos que no puedo recomendar más ampliamente: Belle Èpoque, de Joseph Moog (Naïve) y Tales of the Jazz Age, de Florian Noack (La Dolce Vita) brindan una generosa variedad de caramelitos que van de los entrañables Papillons de Moriz Rosenthal o la irreverente Isoldina de Clèment Doucet, a las fabulosas transcripciones de ese digno sucesor de Franz Liszt o Earl Wild que es Florian Noack. Por otro lado, y en los repertorios “de siempre”, Steven Osborne me ha conmovido profundamente con sus versiones de los Momentos Musicales y la Sonata D. 959 de Schubert (Hyperion), en tanto que Benjamin Grosvenor refrenda su madurez y supremacía al demostrar que siempre puede hallarse algo nuevo sin traicionar el estilo, aún en obras tan sobadas como las Sonatas 2 y 3 de Chopin (Decca). Esta grabación es, simplemente, prodigiosa.

Soy consciente de que cada vez somos menos quienes compramos discos en formato físico –más ahora, que pueden escucharse en diversas plataformas-, pero todavía habemos quienes gozamos y agradecemos el “saber algo más de lo que escuchamos”, leyendo los cuadernillos mientras suena nuestro lector de cd’s.

Y en lo que mañana lunes se presenta la programación del Cervantino, y salimos de dudas de si intentaran devolverle el prestigio que alguna vez tuvo, o mantendrán el sello anodino y pueblerino al que lo redujo marianita aymerich –así, con minúsculas-, agosto nos sorprende con la primera edición de un Festival de Ópera de la Ciudad de México que, además de contar con un programa académico, presentará siete títulos, iniciando este jueves 7 con La Périchole, opereta de Offenbach de la que ofrecerán cuatro funciones en un montaje mexicanizado titulado La Perra Chola. Oswaldo Martín del Campo, su director escénico, anuncia que además de fusionar ópera y cine –mezcla no siempre afortunada que ha convertido en su “sello de la casa”- sumará a los cantantes y la orquesta en vivo bailarines de cumbia y hip-hop, ¡habrá que ver eso!

Dos trípticos brindan los títulos restantes: dividirán en dos entregas el muy socorrido compuesto por Puccini, presentando Il tabarro los días 16 y 17, y Gianni Schicchi y Sor Angélica el domingo 30. Una semana antes, el domingo 24, tendrá lugar el estreno mundial de las tres micro óperas que conforman el Tríptico Mexicano de Rodrigo Macías: Marinero, Café Habana y Nueve Estrellas, abordando cada una un breve pasaje ficcionado en la vida de Gonzalo Guerrero, Fidel Castro y Rosario Castellanos.

Estos días también está presentándose la Orquesta Sinfónica de Minería, y si hay un concierto imperdible dentro de su temporada 2025, este será su Gala de Clausura y no porque vayan a programar la Novena Sinfonía de Beethoven por enésima ocasión, sino porque ésta será precedida por el Concierto K. 595 de Mozart con un solista extraordinario debutando en nuestra ciudad, Francesco Piemontesi, uno de los últimos discípulos de Brendel. Qué tan taquillero será ese programa, que abrieron tres fechas más, y podrá ser escuchado del día 27 al 31.

 Y hablando de lo que escuchamos, bien dicen que “el que pega primero, pega dos veces”, y aunque no hay director que no anhele hacer su propio ciclo con las Sinfonías de Beethoven o de Mahler, el mérito de ser los primeros en presentarlas en nuestro país, recae en Carlos J. Meneses (en 1910) y Eduardo Mata (en 1975) quien, valga la precisión, programó aquel legendario ciclo Mahler, pero compartió la labor concertadora con otros colegas.

Por ello, el siguiente par de integrales pinta para inscribirlas en la categoría de históricas: el de las 104 Sinfonías de Haydn, programadas por Román Revueltas con la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes (ya llevan 16), y el de los 27 Conciertos para piano y orquesta de Mozart, que tocarán 19 pianistas entre los que se encuentra Guadalupe Parrondo, quien además de fungir como solista en el programa de clausura, seleccionó a los intérpretes que participarán en esta serie repartida entre las orquestas de cámara de la Universidad Autónoma y la Municipal de Querétaro, que dirigen Daniel Ortíz y Jesús Almanza.

Si coincidimos en algo y siguió alguna de mis recomendaciones, le agradeceré que me comparta qué le pareció. Me interesa su opinión.

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