
Si fuera tiempo de utopías, tal vez imaginaríamos un mundo con una herramienta menos frágil que el lenguaje, más dúctil y precisa. Al cabo de los años, solamente a veces, percibo en el habla cotidiana la exactitud del teatro y el cine cuando los personajes se interpelan: todos saben qué preguntar y qué responder y lo hacen de inmediato, prácticamente sin pausa. Desde luego, muy a menudo así lastiman a quien tienen enfrente, pero es que era eso precisamente lo que querían (y es lo que conviene a la trama).
Lo querían, aunque no lo supieran.
Aristóteles nos dejó una definición muy sencilla y práctica de la verdad: coincidencia entre la palabra y la respectiva acción o ente. El mexicano Guillermo Hurtado nos indica que filósofos posteriores pusieron en duda la definición, entre otras causas por las abismales diferencias entre la materia de que están hechas las palabras y la materia de que están hechas las acciones, los entes. A veces vislumbro estas diferencias abismales. Nuestras palabras y nuestros actos parecen tener ritmos muy distintos. ¿Y en qué se parecen la palabra ‘calle’ y una calle cualquiera? Incluso, interrumpir el flujo de una calle es distinto a interrumpir el flujo de una charla, aunque en ambos casos haya afectaciones: la calle y su flujo o falta de flujo son visibles y se delimitan en el espacio; las palabras dichas son siempre invisibles, y su interrupción no ofrece “vías alternas” como las ofrece una calle bloqueada.
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El teatro y el cine nos alivian un poco de las precariedades de la comunicación humana, sobre todo allí donde los obstáculos se superan, y asistimos a un final airoso, ya restituido el orden o creado un nuevo orden.
La película Köln 75 (2025), de Ido Fluk, nos narra las peripecias de la jovencísima Vera Brandes en su intento por producir un concierto de Keith Jarret en la Ópera de Colonia, República Federal de Alemania (24 de enero de 1975). Todo conspira contra Vera, pero ella se rebela ante las amenazas de su padre (que quiere convertirla en dentista si fracasa) y se apoya en el pacto con su madre (que le presta el dinero para que la Ópera le abra un hueco, por cierto, a las once de la noche).
Un periodista le pregunta a Jarret por qué va exponiendo la vida en autopistas de Europa cuando es un músico a quien Miles Davis casi le suplicó que se incorporara a su banda.
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La respuesta de Jarret es perfecta desde cualquier punto de vista:
—En Estados Unidos todo tiende a estandarizarse. Yo no quiero estandarizarme. Europa todavía se arriesga con lo raro, lo único, lo genial.
A Jarret le ha tomado tiempo responder, y el entrevistador ha debido ir tras él por varias ciudades para recabar estas palabras. De ese modo, Ido Fluk nos transmite un efecto similar al de las palabras en el mundo de carne y hueso: nos deja entrever la precariedad de la comunicación humana, por lo común más interrumpida que cualquier calle de este mundo.
En menos de cien minutos se nos cuentan más de 24 horas y unas cuantas prospectivas hacia el día en que Vera cumple 50 años y espera a su padre en medio de sus amigos, para ver si por fin la reconoce como una mujer exitosa. La relación entre ambos es un paradigma de fracasos comunicativos, afectivos, ideológicos, laborales, económicos, y la lengua es torpe para tender puentes entre dos personas tan distintas.
Tengo conmigo el magnífico volumen Una luz imprevista. Poesía completa, de María Victoria Atencia. La edición es de la doctora Rocío Badía Fumaz, de la Universidad Complutense de Madrid, y aparece bajo el prestigioso sello de Cátedra. Letras Hispánicas.
La humanidad tiene un importante déficit de comunicación. Después de todo, las violencias suelen sobrevenir tras el fracaso en las negociaciones, en el diálogo. La poesía de María Victoria Atencia, en la que apenas me voy adentrando, acaso nos ayuda a vencer tal déficit. El espléndido trabajo de rescate, ordenación y presentación por parte de la doctora Badía nos permite recorrer una trayectoria vital que comenzó allá por 1931 y persiste en distintas fases y entre distintas generaciones de poetas dentro y fuera de España (María Victoria Atencia aparece desde hace años en las listas para el Premio Cervantes).
Sostengo la hipótesis de que la inmensa mayoría de las personas se van del mundo sin haber recibido el poema que las expresaba, la canción, la película, la obra de teatro, la novela. Vera Brandes y Keith Richards son inmensísima minoría. Y de pronto un poema nos habla de alguien que tal vez nunca leerá el epitafio que inspiró:
Epitafio para una muchacha
Porque te fue negado
el tiempo de la dicha
tu corazón descansa
tan ajeno a las rosas.
Tu sangre y carne fueron
tu vestido más rico
y la tierra no supo
lo firme de tu paso.
Aquí empieza tu siembra
y acaba juntamente […]
(pp. 147–148)
Y hoy, ante tantas niñas muertas en las guerras, el poema, ay, deja decirse en otros contextos.
La editora académica nos señala vasos comunicantes de María Victoria con variadas tradiciones. La poeta tiene escrito su propio epitafio. También Rainer María Rilke redactó el suyo, y deja leerse en la tumba del maestro (“Rosa, oh, contradicción pura. / Placer de ser sueño de nadie debajo de tantos párpados”). Rilke es una presencia en María Victoria, cuya voz se alza en un finísimo manejo del alejandrino y de otros metros.
Uno de los aciertos de la “Introducción” consiste en que alude a tiempos gramaticales y a otros recursos de la autora. Referencias de este tipo equivalen al estudio de una canción: notas, acordes, ritmos, claves. No debemos eludir tales análisis: el musicólogo no renuncia al vocabulario técnico que ilumina aspectos centrales –acaso insospechados– de la pieza admirada.
A la vez, la “Introducción” se va convirtiendo en una suerte de antología implícita, comentada: una selección significativa. (Antes de que la Universidad Nacional Autónoma de México editara la Historia de las literaturas en México, las antologías actuaban como las historias implícitas, sobre todo de nuestra poesía.)
Difícil es saber por qué María Victoria Atencia no ha recibido el Premio Princesa de Asturias y el Premio Cervantes. ¿Cuestiones de género? ¿Cuestiones de un acercamiento a la religión, así sea muy personal como en el vibrante volumen Marta & María? No tengo suficientes datos para una respuesta sólida. Lo que sí tengo es la certeza de que los premios, por prestigiosos que sean, no nos garantizan un solo lector. ¿Cuántos Nobel duermen resignadamente en los libreros? Permítaseme un respetable lugar común: el mejor premio es la lectura, ese encuentro entre dos soberanías, la de quien escribió y la de quien ahora mismo destina unos segundos o minutos a pasar los ojos por la página.
Leamos, pues, esta música de la palabra exacta:
Marta & María
Una cosa, amor mío, me será imprescindible
para estar reclinada a tu vera en el
suelo:
que mis ojos te miren y tu gracia me
llene;
que tu mirada colme mi pecho de
ternura
y enajenada toda no encuentre otro
motivo
de muerte que tu ausencia. […]
(p. 173)