Un detective que se busca a sí mismo, ajeno a los homicidios, del que no se sabe a ciencia cierta qué casos resuelve y que sólo se ocupa de desapariciones, en específico, de dos que lo atormentan: la de su amante M y la de su hijo. Ese hombre es el protagonista de La bruma y el detective (Salto de Página, 2025), nueva novela de Mauricio Montiel Figueiras, historia que da continuidad a la película Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock, “una secuela enteramente libre”, afirma el escritor.

La obra se desarrolla en San Francisco donde la escenografía principal es la bruma, aquella que invade la ciudad estadounidense pero también la que se instala en la mente de los personajes: la neblina que provoca el alcohol, el velo de la soledad, la obnubilación de las pasiones y el tormento de las ausencias.

La primera parte de la historia surgió en 2021 cuando Montiel Figueiras viajó con su hija a San Francisco y le sucedieron dos episodios que plasma en la novela: encontró en el Parque Dolores un libro de Sri Aurobindo, filósofo indio del siglo XX, y miró el anuncio de una anciana china desaparecida pegado en un poste del barrio Mission.

Mauricio Montiel Figueiras es narrador, poeta y ensayista. En 2011 inició, en la red social X, el proyecto El hombre de tweed.
Mauricio Montiel Figueiras es narrador, poeta y ensayista. En 2011 inició, en la red social X, el proyecto El hombre de tweed.

“La película Vértigo se desarrolla en San Francisco, entonces me dije: ‘Podría ser que el detective, interpretado por James Stewart, tenga un hijo con la mujer con la que finalmente se queda y que éste (también detective) empezara esa ruta como yo la inicié, encontrando el libro y con la figura del supuesto fantasma del padre’. A partir de ahí desarrollé la idea del suspenso. Me interesa mantener la intriga, no dar todo digerido como ocurre en buena parte de la literatura policiaca, doy las pistas para que el lector le vaya haciendo de detective”, expresa.

La trama de la novela se desarrolla en dos planos. En uno, el detective quiere saber por qué desapareció M, la linda joven china con quien tiene frenéticos momentos sexuales. Durante esa indagación, Montiel Figueiras narra la historia migratoria de chinos a California y el establecimiento de sus mafias, además describe la geografía y el crecimiento urbano durante la década de 1950. En el segundo, el detective vive una gran culpa por el descuido con su hijo, quien ha desaparecido; además acumula una serie de fotografías que le recuerdan otros casos de desapariciones sin resolver.

“San Francisco es una ciudad con una carga histórica y migratoria tan fuerte que al día de hoy se mantiene. Se ha vuelto una ciudad turística, se ha ido a las alturas, ergo la gentrificación, se ha vuelto cara, pero mantiene zonas donde es palpable esa historia”, detalla.

Al autor le interesaba tomar las huellas de esa geografía, por ejemplo, le sorprende que el barrio italiano, North Beach, esté comunicado con el barrio chino por un callejón. “Hay dos culturas conectadas por unos metros y son parte del distrito financiero más importante de Estados Unidos. Me parece fascinante. Me interesaba tener como telón de fondo la idea de la ciudad vieja y el contraste con lo estrictamente nuevo, por ejemplo, los rascacielos. En Vértigo se habla mucho del viejo y alegre San Francisco”.

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Si en la película icónica de Hitchcock los anillos de un árbol son parte de una escena de tensión, en La bruma y el detective aparece el misticismo de la reserva Muir Woods; si en la cinta el personaje de Madeleine genera confusión, en la novela M también causa desconcierto; pero, sobre todo, si el elemento de la neblina está en varias tomas, éste no podía quedar fuera de la secuela literaria.

“La bruma que caracteriza a San Francisco llega del Pacífico y hay días en que es impresionante ver cómo la ciudad se borra en medio de esa bruma que se disipa al paso de las horas. Me interesaba trasladar esa idea neblinosa a un personaje que en sí mismo es neblinoso. Y está la bruma que va conquistando la mente y la memoria del detective, y que él trata de disipar con medicamentos psiquiátricos; hay, por supuesto, una historia de enfermedad mental detrás, herencia del padre. El hijo pasa por ataques de melancolía y depresión, al grado de que empieza a haber una persecución de sí mismo. La idea de la doble persecución o doble búsqueda la tenía muy arraigada y quería plasmarla”, comenta.

¿El extravío de una persona a veces es voluntario?

Los adultos tenemos esa responsabilidad. Si queremos extraviarnos lo hacemos como se extravía mi personaje: entre el alcohol, los medicamentos, el sexo desaforado y todos esos agujeros negros en los que caemos por cuenta y deseo propio.

En el segundo plano de la novela, el caso del niño desaparecido es respuesta a una desatención, a una falla de los adultos que debieran de estar cuidándolo, por eso el detective tiene una fuerte carga de culpa.

El tema del extravío me apasiona desde siempre y haberme topado con el cartel de la anciana china desaparecida fue una coincidencia que no iba a desaprovechar. Creo que fui la única persona que se detuvo a verlo, le tomé una foto y luego fueron varios días en los que estuve pensando en ella, en qué pasó, pues es una de tantas personas que se extravían en las grandes ciudades. ¿Qué los lleva a perderse en sus propias brumas?

Esto se relaciona con la ausencia.

Como suele sucederles a muchos, el detective piensa que se encontró a sí mismo en la otra persona, en la pareja. Cuando creíamos haber encontrado esa mitad que nos faltaba y, de repente, se va, viene un duelo por esa ausencia. Nos sentimos escindidos. La búsqueda de la mitad perdida también es la búsqueda de la propia mitad, de ese hombre que él fue con esa mujer, aunque haya sido una relación marcada por la toxicidad, la violencia y los bordes sadomasoquistas.

El detective reflexiona diciendo que toda su vida se la ha pasado buscando personas que quieren desaparecer y, efectivamente, a veces hay personas que no quieren ser encontradas. Eso lo pienso cuando veo anuncios en el metro en la Ciudad de México. ¿Qué pasa con estas personas de las que se ponen señas particulares?, ¿qué tal si muchos tienen problemas mentales?, seguro habrá algunos que quisieron desaparecer, que dijeron: "Me voy a perder para siempre en la ciudad y no quiero ser hallado”.

Mencionas que la memoria y el olvido son mecanismos caprichosos.

Quería hablar de cómo por más que quereremos renunciar al pasado, éste termina siendo una corriente que nos arrastra. El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald finaliza diciendo que estamos en esta corriente que nos sigue arrastrando hacia atrás. Es uno de las grandes finales de la historia de la literatura. Creo en eso, que por más que estemos luchando por olvidar, hay muchas cosas que en ciertos momentos se nos vuelven a presentar de manera nítida.

Hay una pregunta que se repite en la novela: ¿quién querría regresar de entre los muertos?

Me topé con esa línea de D.H. Lawrence en el cuento "El hombre que amaba las islas", es justo la idea de un personaje que quiere ir desapareciendo del mundo, se va desprendiendo y va eligiendo entornos más reducidos, es decir, las islas cada vez son más pequeñas hasta llegar a un nivel de misantropía extrema en el que no quiere hablar con el mundo.

La novela en la que se basa Vértigo se llama De entre los muertos y es el regreso de una mujer que supuestamente murió; en el caso de Vértigo es Carlotta, la tumba con la que se obsesiona el padre de mi protagonista. A la par de la ausencia de personas que desaparecen del plano terrenal, también están los muertos que son ausentes, pero que siguen siendo presencias nítidas como en el caso de Pedro Páramo de Juan Rulfo.

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Montiel Figueiras platica que su idea original era publicar sólo la primera parte de la novela (De entre la bruma), pero era demasiado breve. “No quería inflar el texto sólo por inflarlo, entonces tenía material que estaba dentro de una novela que se quedó en el cajón y que se quedará ahí porque ya aproveché mucho material para convertirlo en cuentos independientes y en el segundo plano de este libro”, cuenta.

¿Qué bruma te deja San Francisco y Ciudad de México?

Son brumas distintas. Son ciudades muy distintas. La Ciudad de México me deja una bruma cada vez más claustrofóbica. Sí, lo debo decir, así me siento después de 30 años de estar viviendo aquí. La bruma de San Francisco es más suave y femenina; si la comparo con ciudades como la de México o Nueva York que son ciudades más fálicas —por así decirlo, por los edificios—, San Francisco , si bien tiene el distrito financiero con sus rascacielos, es una ciudad curvilínea, más femenina, no soy el primero que lo dice, es una ciudad con sinuosidades femeninas.

¿Hay algún extravío que sientas?

Una de mis frases favoritas es del filósofo alemán Walter Benjamin y está en su libro Infancia en Berlín hacia 1900. Dice: "Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje". Aunque conozco bien la ciudad de San Francisco, recuerdo que una vez me di una perdida que me costó una caminata de tres horas, pero nunca me he sentido como me podría sentir aquí en la Ciudad de México: agredido y en peligro.

Hay zonas de San Francisco que son riesgosas, a las que no conviene acercarse, por ejemplo, donde hay indigencia, gente que ya está completamente ida; o donde están los yonquis, los que viven solamente para y por la droga. El extravío en San Francisco es gozoso, pero no podría decir lo mismo de la Ciudad de México.

¿A qué edad viste Vértigo?

La primera vez fue cuando tenía veintipocos años. Me gustan otras películas de Hitchcock, he escrito ensayos sobre lo que llamo “la trilogía californiana de Hitchcock” que es en el siguiente orden: Vértigo, Psicosis y Los pájaros, todas ocurren en California y está la idea del desplazamiento de los personajes por distintas partes de la ciudad. Bodega Bay es un pueblo como a tres horas al norte de San Francisco, ahí se filmó Los pájaros y entiendo por qué Hitchcock eligió esas locaciones, es una zona particularmente brumosa. En San Francisco existe la escuela donde está la famosa escena en la que llegan los pájaros y los niños salen corriendo. Hay muchas locaciones de San Francisco que Hitchcock aprovechó en Vértigo y que hoy ya no existen porque se derrumbaron o ya funcionan de otra manera, ya no son un hotel sino un estacionamiento, etcétera. Es lo que hace el crecimiento urbano. Es interesante recorrer esas zonas que están marcadas por nuestra memoria cinematográfica, por mi memoria cinematográfica, y cotejarlas con la realidad.

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