La pregunta viene caminando desde Friedrich Hölderlin, Martín Heidegger, T. W. Adorno (no el gato de Julio Cortázar, sino el filósofo alemán homónimo): ¿para qué poetas en tiempos de penuria? Podemos resignificarla así: ¿para qué poetas en tiempos de Konzentrationslager y genocidas de ayer y de siempre?

¿Para qué novelistas, en todo caso? ¿Y para qué el cine y la danza, el teatro y la escultura?

Estas preguntas revisten una dignidad y una humildad que no conoce el fabricante de gas mostaza y otras armas letales. Tal fabricante no tiene reparos en entregar sus “productos” a políticos indignos, políticos ausentes de toda empatía, políticos que son ateos de facto, aunque enarbolen banderas de una fe que ellos dañan y de hecho destruyen con sus decisiones.

La poesía se pregunta por el sentido de sí misma en tiempos de genocidios porque tiene la entereza y la conciencia de saberse sin poder suficiente ante las nuevas matanzas de inocentes, que tienen aire bíblico (alguna escena de Reyes 1 o Reyes 2 podría haber servido de inspiración a Mario Puzo y Francis Ford Coppola para aquel pasaje donde se invita a comer a rivales y luego se los asesina).

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¿Y para qué novelistas, en fin? Necesitamos más que nunca a Fedor Dostoievski, a León Tolstoi, a Gilbert Keith Chesterton. El hombre que fue jueves, de este último, habla de un grupo de anarquistas donde todos, incluso el líder, son infiltrados; Chesterton tal vez nos contaría la historia de un tirano que se infiltra en el enemigo para que el enemigo haga exactamente lo que él quiere. Y luego él va asesinando a quienes no eran infiltrados: solamente así se explicaría la absurda conducta de los enemigos, que actúan contra sí mismos y contra su martirizado país. Un argumento tan hard–boiled tal vez ya no lo trastearía Chesterton, pero sí lo sopesarían un Raymond Chandler y un Dashiell Hammett, quienes acaso imaginarían por un momento que un ex cabo austriaco despacha ahora (mera hipótesis de trabajo narrativo) en Tierra Santa (quizá Tierra Santa es el sitio donde más crímenes se han cometido a lo largo de los milenios; tal vez convenga declarar Tierra Santa de todo el planeta para quitarle al Medio Oriente un poco de sus tensiones ideológicas y darle así algún alivio).

Gilbert Keith Chesterton (1874–1936), escritor y ensayista británico célebre por su ingenio paradójico, creador del detective Padre Brown y autor de obras como Orthodoxy y The Everlasting Man. Crédito: O Globo
Gilbert Keith Chesterton (1874–1936), escritor y ensayista británico célebre por su ingenio paradójico, creador del detective Padre Brown y autor de obras como Orthodoxy y The Everlasting Man. Crédito: O Globo

¿La respuesta a las preguntas de arriba se encuentra en la tarea de contar, salvando así vidas del olvido? ¿En el acto de contar y en el acto de expresarse está la semilla de toda poesía, y la poesía se acerca así a la poiesis del griego, esto es, a un hacer y un quehacer creativo, presente en el poema, la novela, el filme, etcétera?

Mariana Bernárdez es una poeta mexicana que se expresa desde una exploración hacia su propia espiritualidad y hacia distintas tradiciones líricas. Esto destila Rumor de niebla, que editó Hojas de Hierba, de Sevilla, y que se presentó durante la Feria del Libro de Madrid hace unas semanas.

La edición es muy fina. También lo es un retrato que hizo Vicente Quirarte y que aparece como epílogo. He aquí unas líneas:

Su poesía, como su persona: suave pero llena de estridencias, de sonido y furia que pretenden y logran despertar al dormido. Sacudir al indiferente. Para lograr tal objetivo, Mariana ha utilizado las dos alas que la impulsan: la filosofía y la poesía, ambos deberes del espíritu, y que pretenden llegar a comprender la actuación de este breve “animal metafísico cargado de congojas”, pero también de súbitas iluminaciones y relámpagos que nos permiten por instante ver el otro lado.

A lo largo de este libro hay numerosas intertextualidades, cruces, coincidencias que la poeta comparte con su potencial lector: la presencia constante de Pablo Picasso, los aletazos de San Malcolm Lowry, ya para siempre unido a tierra mexicana, síntesis del espíritu creador que al indagar descubre nuevas vetas para la curiosidad del cuerpo y del alma; las palabras y los hallazgos de Rainer María Rilke, Paul Celan, San Juan de la Cruz, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, hacen de Rumor de niebla no un libro de cultismos, sino una provocación y un desafío. En este sentido es agradecible la humildad de la autora, que nos invita a experimentar con ella las emociones que le provocaron sus visiones y lecturas (pp. 111–112).

Lo comenté hace quince días: un estudio crítico encierra una tácita antología. Lo mismo puede hacer una reseña: sugerir una selección. El Ciervo, de tradición mística, es un protagonista del libro (por eso Vicente se refiere al autor del Cántico espiritual). La poeta busca, explora, asedia, encuentra y pierde una presencia que la suspende y la asusta:

Yo tuve un Ciervo que me tuvo a mí

nos tenemos mutuamente el miedo y yo

un Ciervo que es una fuente

que ya no es un árbol

y amarrado al brazo traigo el miedo

cuando su cabeza asoma en lo azul (pp. 42–43)

Uno tiene derecho a quedarse con versos para la memoria, para la meditación y para el disfrute silencioso:

Mudos han quedado los labios

después del beso

que extendió su tránsito

torciendo el tanto entender (p. 26)

o por esa tu indolencia

de herirte en mí (p. 23)

La primera escritura ocurre en el cuerpo (p. 17)

La poesía, en fin, sabe decir el presente sin perder de vista los ecos del pasado y las insinuaciones del futuro. Léase, si no, este pasaje de uno de los últimos poemas del libro; entrelíneas se sugiere aquello que de modo mucho menos fino decía yo al inicio de esta brevísima reseña (más alusión que reseña; más invitación que alusión), y ello no impide que se superponga una lectura mística –vale decir, misteriosa– en la cual van culminando temas y desembocando ríos subterráneos que circularon por el libro:

Di Alepo como antes dijiste Latakia

nos volviste locos y andamos sueltos en la saña

matándonos unos a otros para sanar la sed

porque inmemorial debe ser tu crueldad

para no dejarte mirar palomica y así sanar

Y no vendrás

hoy tampoco vendrás

y el día estrena ciruelos en brote

y jacarandas en morado pleamar

Di Tartus

Di Damasco

Dóblate de pena

Llórate hasta devastar lo negro

Di el paisaje

Y quiebra el alfiler

Y abre la ventana del verso

espada-daga-sicomoro

que soy la plegaria de tu lucidez

Di Tigris

Di Éufrates

y llora conmigo en los Altos del Golán (pp. 63–65)

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