
Son las doce del día. La sacristán de la Iglesia de la Soledad se asoma al atrio para avisar que todo está listo. Han llegado sólo tres de las seis quinceañeras. Tres más vienen en camino y llegarán pronto. Ahí vienen, cruzan la Plaza de la Soledad mientras levantan la crinolina de sus vestidos -sólo un poco, casi nada- para apurar el paso.
Es viernes 30 de mayo. Estamos en el barrio de La Merced, una zona céntrica de la capital del país. Hoy es un día de fiesta porque seis mujeres trans celebran sus quince años. Aun cuando todas ellas superan esa edad en que por tradición se le da la bienvenida a la vida adulta a muchas mujeres en México, para ellas es una fecha para celebrar. No pudieron hacerlo en su momento por motivos muy claros: rechazo e incomprensión.
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“Reconozcamos que somos pecadores. Escucha, Señor, nuestra súplica y haz fe”, dice el padre Benito al inicio de su prédica. Más tarde, hace un recorrido por varios pasajes bíblicos, uno de ellos del libro de los Hechos, donde se narra el episodio en que un grupo de judíos de Corinto llevó al apóstol Pablo ante el procónsul Galeón. Lo acusaban de persuadir a su pueblo de adorar a Dios de forma contraria a la ley. Pero el procónsul les respondió: “Si fuera algún agravio o algún crimen enorme, oh judíos, conforme a derecho yo os toleraría”. Y los echó del tribunal.
En el altar, un Cristo de madera, crucificado, moreno y con los estigmas a la vista de los feligreses parece presidir esta ceremonia. Está rodeado de cirios, los bustos de dos apóstoles, arcángeles y atrás la Virgen de la Soledad, patrona de este templo, reliquia arquitectónica del neoclásico, construida en el siglo XVIII.
Abajo, en primera fila, están Janet, Vicky, Georgina, Gloria, Gabrielle y Susú, quienes escuchan al padre agradecer por sus vidas. A unos metros está la activista Denisse Valverde, quien tuvo la idea de organizar la primera de estas misas hace tres años; a su lado, la cantante e imitadora Lucero. Poco antes de que el padre invite a comulgar, cantará el Ave María.
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Janet, Vicky y Susú son las mayores del grupo. Ellas aún recuerdan lo que vivieron en su juventud. La primera de ellas me cuenta que tuvo que huir en los años 80 de la Ciudad de México a Tijuana, donde trabajó en distintas actividades hasta que logró reunir los recursos para su operación de vaginoplastia. Hoy la acompañan su esposo y el resto de su familia. Porta un vestido color beige claro, con diamantes, crinolina y un chal amarillo que combina con la flor a altura de su sien izquierda y el ramo de flores amarillas.
“Hoy para mí estar aquí tiene un significado muy grande. Yo no tuve fiesta de XV años. Lo que tuve fue calle, hambre, frío. Entonces estar ahorita a mi edad, a mis 64 años, estar frente al altar con un ser superior y tanta gente que nos está apoyando, y con mi familia: mi esposo, mi hija, mi nieta, mi sobrina, mi hermana. Para mí es algo invaluable.”
Dice que sin fe en ese ser superior no hay nada. Luce un vestido azul cobalto, con escote, con vivos blancos en el frente, espalda descubierta y corte midi castaño oscuro. Vicky fue de las primeras en llegar a la Iglesia de la Soledad. Al igual que Janet se reconoce en la devoción católica: “Yo creo en un solo Dios”.
“Nunca lo había pensado. Era un sueño de muchas compañeras. Nunca nos imaginamos tener fiesta de XV años; mucho menos en la iglesia”, dice Susú. Igual que Denisse, Janet y Vicky, es una sobreviviente de esa generación que renunció a su identidad primigenia en los años 70 y 80.
Borradas de la historia
Antes de la misa, en entrevista, la activista Denisse Valverde -quien ideó esta actividad anual como un acto de gratitud y para impulsar la presencia de las mujeres trans en todos los ámbitos sociales, recuerda los años de su juventud, cuando su comunidad vivió lo que llama un genocidio: “Había un genocidio en contra de las mujeres trans. Pero era un genocidio velado. Nosotras siempre hemos estado a la sombra de todo.”
Habla de los años 70 y 80 en el entonces Distrito Federal, cuando la seguridad pública estaba a cargo de Arturo “el Negro” Durazo, un general sin trayectoria militar a quien, por capricho, el presidente José López Portillo le dio una de las máximas jerarquías. Recuerda que esa policía trabajaba con doble nómina: por un lado, agentes con placa; por otro las madrinas, falsos policías encargados de extorsionar y torturar a quienes detenían.
Cuenta Denisse que a sus 16 años, un par de agentes de la DIPD la detuvieron y la llevaron a un destacamento cerca de metro Portales, donde vivió agresiones sexuales. Horas después aprovechó que se quedaron dormidos para escapar: “No sé si al final de cuentas me iban a matar o no. Tenía miedo en ese momento.”
“Para que no dijéramos nada nos tiraban en el canal del desagüe. Hubo tantas compañeras desaparecidas. Los famosos muertos del Río Tula fueron sólo los que encontraron. Pero no fueron los únicos. Ahí echaban a todos: guerrilleros y políticos, a quien protestara. Y también a nosotras.”
Denisse Valverde es una activista poco convencional. Es defensora de los derechos de las mujeres trans. Mientras estudiaba en el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM militó en el Partido Comunista Mexicano (PCM). También es poeta y ensayista. Hace diez años impulsó con las fundadoras de Respetttrans iniciativas legales para que la plataforma de videos Youtube regulara los comentarios de sus usuarios que fomentaban las agresiones contra esas comunidades.
Con otras de sus compañeras ha buscado el reconocimiento de sus historias. Hace unos años hicieron un rastreo en el Archivo General de la Nación (AGN): “Fuimos a investigar de todas nuestras muertas de la época de Durazo Moreno. No hay nada. Es increíble que no haya nada. Preguntas por qué no hay nada y responden: ‘Pues así lo entregaron’. Ya no sabes qué pasó ahí. Pero no hay nada que avale lo que te estoy platicando de todas estas muertes. Nosotras lo sabemos porque las conocimos, por sus historias, y lo platicamos. Pero las nuevas generaciones no saben que esto existió.”
Sus palabras coinciden con lo descrito en las secciones que la Comisión de la Verdad dedicó a las lesbianas, homosexuales y mujeres trans-travestis en su informe sobre violaciones a los derechos humanos entre 1965 y 1990. De todo el universo de casos estudiados por su equipo de investigación, identificaron a 394 víctimas, que en realidad son muchas más al no existir su registro en archivos policiacos e históricos a los que tuvieron acceso. Documentaron la extorsión como un ingrediente adicional a esta violencia estatal.
Dice una de sus conclusiones que a inicios de los 80, al circuito de represión contra estas comunidades se sumó la pandemia de VIH. Esto ocasionó que en estados como Chiapas y Chihuahua, algunos grupos empresariales negociaron con autoridades locales para impulsar “proyectos de ‘saneamiento’ y ‘limpieza’ de los centros de ciudades capitales. Estos planes implicaron la represión, particularmente violenta en contra de sectores especialmente vulnerables de la población, como las trabajadoras sexuales y las mujeres trans, e, incluso, su desplazamiento forzado interno.”
Además de los testimonios que compartieron para ese capítulo del informe Fue el Estado, de la Comisión de la Verdad, en diciembre de 2023 varias de ellas se reunieron en una sesión colectiva en la Casa Refugio Citlaltépetl. Sus testimonios también están integrados en el libro Verdad y memoria. Los sótanos de Tlaxcoaque, material de descarga gratuita.
Dice Denisse: “Tengo seis años queriendo traer a México la reparación histórica que se hizo en Argentina, Chile y Uruguay. Yo les decía [a mis amistades de esos países]: ‘Es que ustedes tuvieron una dictadura militar.’ Pero haciendo recapitulación, nosotras no la pasamos bien. Había un general Durazo en la policía.”
Pero hoy todas ellas -Janet, Vicky, Georgina, Gloria, Gabrielle y Susú- celebran desde la devoción. Han comulgado. De mano del padre Benito toman el cuerpo y la sangre de Cristo. Después, el padre ha rociado con el hisopo el agua bendita a toda su feligresía. Las quinceañeras, sus familias y sus amistades se retiran luego de tomarse una serie de fotografías para recordar este momento que habían pospuesto durante muchos años.
Al terminar la misa busco al padre en la sacristía. Me cuenta que desde hace tiempo la Iglesia de la Soledad ha dedicado su misión a las comunidades vulnerables. Dice que todas son hijas de Dios.
Como dijo él mismo al final de su sermón: “El fin último de las personas es ser felices. En el lugar que Dios nos ponga, el fin es ser felices. En nuestro caminar tenemos altas y bajas. Momentos tristes, momentos felices. San Pablo dice: “Ama y haz lo que quieras’. Entonces, si decimos que nos amamos necesitamos dar testimonio de eso”.
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