El escritor Amin Maalouf (Beirut, 1949) ha sido un observador del mundo desde que era niño. Hijo de un prominente periodista y escritor, creció pegado a la radio, entre libros y periódicos; en un entorno multilingüe donde sus interacciones iban del árabe al inglés y al francés. Pronto desarrolló una afición por la geografía y la política, por lo que su destino parecía decidido: el periodismo. Un oficio que agudizó su mirada para entender el mundo y que forjó los cimientos de su celebrada obra literaria y ensayística. “Tenía ganas de vibrar con el mundo”, expresa el autor de León el africano (1986), Samarcanda (1988) y La roca de Tanios (1993) al recordar su estancia en Etiopía en 1974, donde presenció el derrocamiento de la monarquía, y su viaje a Vietnam para atestiguar la caída de Saigón en 1975.
Hoy, a sus 76 años, se acabaron esos constantes viajes para atestiguar los hechos de primera mano. El escritor, Premio Goncourt 1993 y Premio Príncipe de Asturias 2010, observa ahora el mundo desde París, frecuentemente desde su oficina como Secretario Permanente de la Academia Francesa, cargo vitalicio que ocupa desde 2023, tras la muerte de la historiadora Hélène Carrère d'Encausse. No obstante, su curiosidad por entender la marcha de la humanidad no ha menguado. Su fascinación más actual: la inteligencia artificial.
“Si no entiendo lo que está sucediendo en el campo de la inteligencia artificial o la biogenética, no puedo comprender el mundo”, dice en esta entrevista exclusiva desde París, previo a su viaje a México, para participar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde el próximo 29 de noviembre recibirá el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2025 por “ser una de las voces más importantes de nuestro tiempo”.
En su discurso de agradecimiento por el Premio FIL, usted destacó que “nuestra identidad más importante es la pertenencia a la comunidad humana, más que nuestras identidades particulares”, ¿cuál es la importancia de esta afirmación en un momento en el que los fundamentalismos y los discursos de odio están en auge en el mundo?
Las soluciones a los problemas que hoy enfrenta la humanidad son globales. No se pueden resolver grandes problemas como el del clima, el de la gobernanza internacional, los riesgos de las nuevas tecnologías, si no tenemos una concepción verdaderamente universal de la gestión del mundo. Si no tomamos conciencia de que nuestro destino es común, de que si hay problemas graves, como el descontrol de las nuevas tecnologías, todos estamos en riesgo. Antes, lo más importante era la pertenencia nacional, religiosa o étnica. Hoy necesitamos cambiar esta visión, tenemos que considerar que hay una pertenencia, a mí me gusta decir, a la aventura humana. Todos formamos parte de ella. Si termina mal, todos seremos víctimas; si hay progreso, todos saldremos ganando.
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Acaba de publicar en Francia Un monde sans boussole (Un mundo sin brújula), que reúne cuatro ensayos que publicó entre 1998 y 2023. ¿Ha tenido que actualizar algo para tomar en cuenta los recientes acontecimientos mundiales, en particular los ocurridos en Estados Unidos, Gaza y el resto de Medio Oriente?
No, no he modificado nada. Son cuatro ensayos que se han publicado a lo largo de 25 años: Identidades asesinas, El desajuste del mundo, El naufragio de las civilizaciones y El laberinto de los extraviados. Los reuní bajo un mismo título, Un monde sans boussole (Bouquins Editions, 2025), pero solo añadí un prefacio de unas cuantas páginas, sin modificar los textos. No he incluido los acontecimientos de los dos últimos años porque probablemente aparecerán en un próximo libro.
Un monde sans boussole es una visión de una serie de problemas relacionados con la identidad que han surgido en las últimas décadas. El otro aspecto es la nueva guerra fría que ha comenzado, la carrera armamentística que se está produciendo y que me parece extremadamente peligrosa. Otro fenómeno, que me fascina mucho y en el que estoy trabajando ahora, es el lugar que ocupan hoy las nuevas tecnologías. Creo que, aunque no sabemos a dónde nos conducirán, las tecnologías se están convirtiendo en el principal motor de la historia, un fenómeno que diría que es específico del siglo XXI.
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El primer ensayo de esta colección, "Identidades asesinas", cuestiona las identidades exclusivas y el fundamentalismo religioso que conducen a masacres. ¿Cómo analiza los acontecimientos de octubre de 2023 en Israel y los dos años siguientes en Gaza a la luz de esta reflexión hecha hace casi 30 años?
Creo que es un ejemplo de lo que pueden generar los conflictos identitarios en el mundo. Es evidente que, con el fin de la Guerra Fría, hemos pasado de las divisiones ideológicas a las divisiones identitarias. La cuestión de las identidades se ha convertido en algo fundamental en el mundo y no hemos comprendido hasta qué punto es necesario cambiar nuestra visión sobre ese concepto. Tendemos, con demasiada frecuencia, a considerar que nuestra identidad se basa en una pertenencia esencial y que todas las demás son insignificantes. Para mí, cada uno de nosotros tiene un conjunto de pertenencias que conforman su identidad. La evolución actual hace que nos sintamos obligados a destacar sólo una y a descuidar las demás.
Yo crecí en un país, el Líbano, donde hay diferentes comunidades religiosas. En mi infancia estaba convencido de que ese fenómeno del comunitarismo era una particularidad libanesa y que era un arcaísmo; esperaba que eso desapareciera y que mi país se modernizara. Por desgracia, ha ocurrido lo contrario. El comunitarismo se está extendiendo por todo el mundo. En muchos países se da este mismo fenómeno, las personas se agrupan en función de la religión, la etnia y todo tipo de factores que crean tensiones. El caso de Oriente Próximo es probablemente el más extremo. Allí hay una situación en la que los conflictos de identidad se han vuelto endémicos. El conflicto al que usted hace referencia comenzó hace décadas. Ya ha provocado numerosas guerras y cientos de miles de víctimas. Se ha intentado resolver, pero nunca se ha logrado. Hoy se habla de una solución. Personalmente, espero que se logre, pero no tengo la impresión de que suceda. Creo que es otro proyecto que terminará sin solución.
Todos los países de Oriente Próximo han sufrido. En Líbano hay tanta gente que, como yo, ha tenido que irse. Era un lugar próspero y ha quedado completamente en la ruina. Muchos países de esta región tienen una capacidad extraordinaria de desarrollo, riquezas naturales y humanas; la región podría haber sido un verdadero polo de desarrollo para el mundo, pero lo que estamos viendo debido a los conflictos identitarios, es que sólo se está convirtiendo en exportadora de violencia y comunitarismo.
Habla de una nueva guerra fría. ¿Cómo la describiría y por qué la considera peligrosa?
Hay una nueva carrera armamentística, principalmente entre tres potencias: Estados Unidos, China y Rusia. Esa carrera se está produciendo en el ámbito nuclear, balístico, hipersónico, en el ámbito de las armas biológicas y bacteriológicas. Una parte de esto es evidente, pero hay otra de la que se habla muy poco. Hay un riesgo real de enfrentamiento que aumenta continuamente y lo que es especialmente peligroso es que no existe ningún orden mundial. Estamos en un mundo en el que impera la ley de la selva, las organizaciones internacionales ya no tienen ninguna autoridad, las grandes potencias, sobre todo la mayor, no tienen ningún respeto por las instancias internacionales. Además, es una selva donde hay grandes cantidades de armas construidas con las nuevas tecnologías, así que realmente estamos en un mundo peligroso.
En su biografía llama la atención que hay un cambio en su escritura detonado por su llegada a Francia. ¿El exilio lo condujo a la literatura?
Siempre me ha apasionado la literatura y también observar el mundo. Vengo de una familia en la que mi padre era periodista, desde niño yo leía los periódicos, escuchaba la radio; me interesaba la evolución del mundo, quería hablar de lo que acontecía e imaginarlo de otra manera, así que siempre he escrito obras de ficción y de no ficción.
No podría decir que hubo un momento específico en el que consideré que la literatura era importante, porque siempre lo ha sido. Simplemente diría que hubo un momento en el que sentí que podía dedicarme por completo a la literatura y eso está relacionado con el hecho de haber emigrado a Francia. Si hubiera estado en mi país natal, no habría podido dedicar todo mi tiempo a la literatura. Vivir en un país como Francia, donde el estatus de la literatura es probablemente mucho más importante, lo hizo más fácil.
El francés es su segunda lengua desde la escuela, ¿qué ha aportado su lengua materna, el árabe, a su literatura y por qué decidió escribir sus novelas en francés?
Cuando vivía en Líbano, escribía en árabe, trabajaba en periódicos en lengua árabe, mi lengua materna, y yo estudié francés muy pronto. Fui a una escuela jesuita y estudiábamos ambos idiomas, por lo que el francés no ha sido realmente una lengua extranjera para mí. Cuando debido a la guerra tuve que irme a Francia, decidí empezar a escribir en francés porque necesitaba hacerlo en el idioma de las personas que me rodeaban. Es difícil escribir en un idioma que no te conecta con las personas con las que convives. Hubo una época en la que el periódico italiano Corriere della Sera me pidió que escribiera una columna periódica. La escribía en francés y me lo traducían al italiano, pero después de dos o tres columnas me di cuenta de que si no escribo en el idioma del país en el que vivo, estoy completamente desconectado de mis lectores, así que no pude continuar. Necesito sentir que utilizo el idioma de las personas que me rodean.
Llegó a Francia hace 50 años. ¿Cómo recuerda su integración en aquella época y cómo ve el actual avance del discurso antiinmigrante en Europa y Estados Unidos?
Cuando recuerdo mi llegada a Francia hace 50 años, pienso que era mucho más fácil emigrar entonces que ahora. Fue en plena guerra y para entrar al país sólo tomé un barco que hacía el trayecto a la isla de Chipre, ahí solicité un visado. Fui a la embajada de Francia y les dije: ‘Quiero una visa para Francia’. Lo único que me pidieron fue una carta de recomendación del embajador del Líbano, así que fui y se la pedí. Tuve suerte porque él conocía bien a mi padre, así que me escribió una bella carta de recomendación y eso fue suficiente para entrar en Francia. Estoy seguro que a los inmigrantes de hoy no les basta con traer una carta de recomendación. Me considero realmente privilegiado porque en aquella época las cosas eran mucho más sencillas. Además, pude encontrar trabajo fácilmente; entonces prácticamente no había desempleo en Francia. Llegué y en pocas semanas empecé a trabajar, traje a mi familia. Las personas de mi edad que emigraron entonces tuvieron mucha más suerte que las de ahora. En ese sentido no se ha avanzado mucho, más bien se ha retrocedido.
Ha rastreado los orígenes de su familia hasta Cuba. ¿Qué ramas de su árbol genealógico terminaron en ese país o en el mundo hispano?
Hay un hermano de mi abuelo, se llamaba Gabriel. Llegó a Cuba en barco, muy joven. Primero estuvo en Nueva York, en 1895. Cuando llegó ahí, vivió en un entorno de inmigrantes, principalmente cubanos. Esto fue justo antes de la revolución cubana de 1898. En aquella época, para ese grupo de personas la gran figura era José Martí. Mi tío abuelo se identificó completamente con ellos y, cuando esos cubanos regresaron de Nueva York a La Habana en 1898, él se fue junto. Luego le escribió a mi abuelo: “Ahora tenemos un país. Es Cuba, es un país maravilloso. Vengan todos”. Vivió hasta su muerte en Cuba. Mi abuelo fue y pasó un tiempo allí, pero ya era mayor y no logró adaptarse. En algún momento me interesó descubrir esta aventura de mi familia. Fui a Cuba y escribí Orígenes (2004); encontré a otros primos de mi padre que aún vivían allí. Por desgracia, el primo que encontré ya falleció, pero cuando fui en 2001 seguía allí. Es una historia muy bella, aunque tenga un final triste, pues mi tío abuelo Gabriel murió en un accidente de coche en 1918.
¿Hay otros vínculos que lo conecten con el mundo hispano?
Muchos. El Líbano siempre ha sido un país de inmigración. Parte de mi familia se fue a Cuba, otra a Puerto Rico, muchos se fueron a Brasil, a Argentina, a Chile y, también, a México. Tengo primos que nacieron en México. Los libaneses han emigrado mucho porque es un país muy pequeño y bastante árido, la población se sentía un poco agobiada, así que quienes iban a estudiar a las escuelas, muchas de ellas fundadas por misioneros, tenían ganas de descubrir el mundo y se iban. Y como le decía, entonces era mucho más fácil irse, un joven que quería emigrar no tenía que solicitar visados ni pasaportes. Como mi tío abuelo: fue al puerto, tomó el primer barco y bajó en el destino final, pudo ser Buenos Aires, Nueva York u otro lugar. Tenemos la impresión de que el mundo de hoy es muy abierto, pero no es cierto, es mucho más cerrado.
Como periodista, ha sido testigo de acontecimientos importantes, como la guerra en Vietnam y otros conflictos en África. ¿Qué le han dejado esos viajes y qué ha aportado el periodismo a su literatura?
Durante unos 15 años, tuve el fuerte deseo de ir allí donde sucedían los hechos. Como a muchos jóvenes de mi generación, me interesó lo que pasaba en Vietnam, me manifestaba en la universidad contra la guerra, y cuando supe que estaba llegando a su fin, quise ir allá. Fui a Saigón en 1975. Hay algo que no se puede entender desde lejos. Cuando sientes los lugares, cuando hablas con la gente. Ahora viajo menos, pero durante mucho tiempo necesitaba sentir, estar allí.
Pasé mucho tiempo en Etiopía cuando sucedió la revolución en 1974. Estuve durante el derrocamiento de la monarquía, hablé con la gente, me sentí identificado con ese país e incluso me manifesté con ellos. Tenía ganas de vibrar con el mundo. Hoy, a mis 76 años, ya no lo hago, pero todo eso me aportó muchas cosas que han aparecido en mis textos, muchos personajes que aparecen en las novelas están inspirados en personas que conocí durante mis viajes.
¿Tiene alguna novela en preparación o personajes en mente para sus próximos libros?
Tengo una novela en preparación, pero aún no está muy avanzada. Trabajo en ella de vez en cuando. También tengo un ensayo que está casi terminado y que espero publicar en unos meses. Necesito estar trabajando en algún libro siempre. Si algún día me levanto y no tengo en mente un libro en el cual estar trabajando, no me sentiré bien.
¿Y en la actualidad ha cambiado algo en su forma de entender el mundo, en esta era de la inmediatez y la desinformación?
Uno de los grandes cambios en los últimos años ha sido descubrir lo importante que son las nuevas tecnologías. Creo que se han convertido en el verdadero motor de la historia y me apasionan porque siento que, si no entiendo lo que está sucediendo en el campo de la inteligencia artificial, la biogenética y todos esos ámbitos, no puedo comprender el mundo. Y en lo que respecta a la inteligencia artificial, creo que estamos asistiendo al surgimiento de una nueva forma de civilización. No sabemos a dónde nos llevará, si a algo mejor o peor, pero soy bastante optimista. Creo que los beneficios que nos aporta son mucho más importantes que los riesgos que conlleva. Hay que poner atención a los riesgos, pero los beneficios que puede darnos son enormes.
Sobre su relación con la ópera, ¿cómo empezó a escribir libretos y cuándo descubrió su interés por este arte?
Ocurrió hace casi 30 años. Recibí una carta del Festival de Salzburgo en la que me decían que había una joven compositora finlandesa que quería escribir su primera ópera y me preguntaban si estaría dispuesto a escribir el libreto. Acepté de inmediato porque el proyecto me gustaba mucho, aunque no sabía cómo se escribía un libreto de ópera. Escribí cuatro para esa compositora, Kaija Saariaho. Por desgracia ella ya falleció, pero fue una aventura maravillosa.
Hay una ópera, Adriana Mater, que explora una maternidad en tiempos de guerra.
La idea de esta ópera, que se desarrolla en un país en guerra, fue mía, pero coincidió con algo que la compositora tenía en mente: una mujer que lleva en su vientre a un niño concebido tras una violación. Hablamos largo y tendido sobre la idea de un niño que fuera hijo de esa mujer y, a la vez, hijo del monstruo que la violó; la pregunta es si ese niño se parecerá más a ella o al otro. Nos parecía un dilema muy conmovedor. De hecho, esta ópera recibió este 2025 un Premio Grammy en Los Ángeles (the Best Opera Recording backstage) y me sentí muy feliz. Se ha representado en muchos lugares del mundo.
¿Tiene en mente escribir algún otro libreto?
Por el momento no. Siempre me han dicho que las relaciones entre libretistas y compositores son complicadas. Me ha gustado mucho trabajar con ella, pero no he trabajado con otros compositores.
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