La historia del libro, un objeto que en apariencia pudiese ser tan sencillo, es en verdad fascinante. Sobre todo, contada magistralmente por la pluma de la eminente escritora Irene Vallejo, en su obra “El infinito en un junco”:
“El primer libro de la historia nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática: el papiro.”
“El antepasado más cercano de los libros fueron las tablillas. El rollo de papiro supuso en fantástico avance en la historia del libro. Los judíos, griegos y romanos lo adoptaron con tanto entusiasmo que llegaron a considerarlo un rasgo cultural propio. En comparación con las tablillas, las hojas de papiro son un material fino, ligero y flexible y, cuando se enrollan, una gran cantidad de texto queda almacenado en muy poco espacio.”
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Después vendría la invención del papel, en la China del año 105 d.C., durante la dinastía Han. El papel resultó mucho más barato y práctico que los soportes usados anteriormente, como el bambú, la seda, el papiro egipcio o el pergamino.
El invento llegó a Europa en el S XI por Al-Ándalus, la España musulmana, y se convirtió rápidamente en el principal elemento para la producción de libros, que eran elaborados a mano. En muchas ocasiones, los convertía además en verdaderas obras de arte, pues con frecuencia estaban profusamente ilustrados. El proceso artesanal limitaba la producción a muy pocos ejemplares.
Uno de los libros en los que podemos leer al respecto es en la fantástica obra de Umberto Eco “El nombre de la rosa”. A través de la narrativa de Eco, podemos aprender del poder del conocimiento, de cómo la biblioteca representaba en el S XIV el saber oculto, controlado por unos pocos.
En efecto, durante la edad media la mayoría de la población era analfabeta y únicamente tenían acceso a libros los monjes y los nobles.
Apenas a partir de la imprenta, hacia 1450, fue posible producir cientos y, poco tiempo después, miles de ejemplares de libros, lo que detonó la creación de la industria editorial. En sus inicios no había distinción entre editores e impresores. Éramos los mismos. Con el paso del tiempo, las tareas se fueron especializando, hasta que hoy en día contamos con una vigorosa industria editorial, que por lo general no imprime, así como una pujante industria de las artes gráficas.
Cuando comencé a trabajar en este fascinante medio, hace 38 años, había mucho trabajo manual. Los manuscritos de los autores pasaban al departamento de tipografía, en donde eran capturados en máquinas de escribir, que en aquel entonces podían almacenar en memoria hasta un renglón de texto.
El resultado de ese proceso eran las famosas galeras. Luego había que pasar por las diferentes correcciones, orto-tipográfica, de estilo y en ocasiones también técnica, por lo que los textos pasaban a ser capturados en varias ocasiones.
Las galeras finales, ya corregidas, pasaban al departamento de formación. Aquí, las tareas tan familiares de “cortar” y pegar”, que hoy llevamos a cabo arrastrando un “mouse”, se hacían en forma manual. Los diferentes segmentos de texto, los cuadros, fórmulas e imágenes eran literalmente cortados y pegados en las páginas.
Después, esas páginas formadas pasaban al departamento de fotomecánica, en donde había una cámara fotográfica montada sobre un riel que ocupaba toda una sala. Las páginas se fotografiaban y había que revelar los negativos en un cuarto oscuro, con una serie de químicos. Luego los negativos eran retocados con un líquido negro llamado “opaco”, para eliminar cualquier mancha blanca en el negativo, pues eso aparecería en el producto terminado como una mancha negra.
En la actualidad todo el proceso de captura y formación se hace en una computadora y se envían archivos digitales a las imprentas para el proceso de impresión. Y la tecnología no se detiene, pues ahora comenzamos a incorporar la inteligencia artificial a nuestros procesos.
Además de los métodos de producción editorial, la tecnología está por supuesto también presente en los diversos formatos en los que podemos llevar las ideas de nuestros autores y autoras a sus lectores.
Cuando comencé a trabajar en la industria editorial, el único modelo era el libro impreso. Aunque sigue siendo el preferido del público lector y se siguen imprimiendo millones de libros, ahora adicionalmente producimos libros electrónicos, audiolibros, plataformas educativas y más.
La tecnología también nos está ayudando en una tarea fundamental, que es disminuir la discriminación que sufren las personas con discapacidad visual. La Unión Mundial de Ciegos estima que menos del 10% de los libros se encuentran en formatos accesibles para personas con discapacidad visual.
Los dispositivos que utilizan las personas invidentes les permite “leer” (en realidad escuchar) archivos digitales. En ese sentido, los libros electrónicos son un gran avance, pero requieren de ciertas adecuaciones para hacerlos por completo accesibles. Las imágenes y figuras se deben de describir y se requiere introducir etiquetas a lo largo del texto, con la finalidad de que sea navegable.
En días recientes entró en vigor la Ley Europea de Accesibilidad, que obliga a todos los proveedores de libros electrónicos que éstos estén disponibles en formato accesible para personas con discapacidad visual. Después de un enorme esfuerzo durante los últimos tres años, las editoriales nos hemos adaptado para poder cumplir con las nuevas regulaciones.
Sin embargo, todavía nos falta un largo camino por recorrer. Por ello se creó el Consorcio de Libros Accesibles, con sede en Ginebra, Suiza, cuya misión es incrementar el número de libros disponibles en formatos accesibles.
Los seres humanos hemos tenido siempre, a lo largo de los siglos, necesidad de contarnos historias. Hace mucho tiempo de manera oral y, posteriormente, el mejor mecanismo que encontramos para la diseminación de toda esta riqueza de ideas ha sido el libro.
En los libros aprendemos, ellos nos cuentan historias, nos llevan a conocer a otras personas, reales o imaginarias, otros contextos, otros momentos históricos o futuros. Los libros nos ayudan a pensar, a soñar, a reflexionar y a desarrollar la empatía.
Desde Gutenberg, las editoriales hemos estado, y seguiremos estando presentes, publicando todas esas maravillas del intelecto humano en los más diversos formatos.
Nos falta tiempo para leer todo lo que quisiéramos. Dicen que la acumulación de libros pendientes de leer es nada menos que el alma en busca del infinito.