La CDMX que vio Burroughs

En el libro Queer, Burroughs retrató a un México violento y corrupto, versión que modificó y edulcoró el cineasta Luca Guadagnino

En esta escena de la película  Queer aparece, a la izquierda, Drew Starkey, quien interpreta a Allerton (personaje basado en Adelbert Lewis Marker); a la derecha, Daniel Craig, como William Lee (alter ego de Burroughs). / ESPECIAL
En esta escena de la película Queer aparece, a la izquierda, Drew Starkey, quien interpreta a Allerton (personaje basado en Adelbert Lewis Marker); a la derecha, Daniel Craig, como William Lee (alter ego de Burroughs). / ESPECIAL
Confabulario| 22-06-25 |01:04|Sergio Téllez-Pon | Actualizada |22-06-25 |01:04|

La Ciudad de México que presenta Luca Guadagnino en su película Queer poco tiene que ver con la que vivió William Burroughs a finales de los años cuarenta, cuando todavía era conocida como Distrito Federal, el antaño famoso D.F. De hecho, la novela y la película tienen poco en común, o mejor dicho, para entender la película en este caso sí es necesario leer la novela y, en particular, el epílogo en esta nueva edición de Queer (Anagrama, 2024). En ese epílogo, Burroughs aporta algunos datos curiosos y suelta varias pistas para entender a cabalidad su novela chilanga.

 Burroughs llegó aquí huyendo de la justicia estadounidense, pues en Nueva Orleáns se juntaba con los mafiosos de la ciudad, la policía le encontró drogas y armas en su casa y lo metieron a la cárcel, él salió pagando fianza pero cuenta que estaba cerca la cita para el juicio así que prefirió huir y cruzó la frontera. Llegó a México y se encontró una ciudad con una intensa vida nocturna, con cabarets, cantinuchas, tugurios de mala muerte. La Ciudad de México de 1949 era una ciudad de contrastes, como la de ahora, con sus zonas para nuevos ricos y las de los pobres, en un país sin ley y de mucha violencia pues Burroughs se sorprende de que la gente se mate a machetazos y por el más mínimo incidente. Y sobre todo, se encontró con una ciudad (y todo un país y un sistema) corrompido por “la mordida”, el gesto más visible y cercano a la gente de la corrupción alemanista: “la pirámide de sobornos iba desde el policía que hacía la ronda hasta el presidente”.

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 Por otro lado, es preciso anotar que la mayoría de los poetas beatniks eran unos toxicómanos, que experimentaban con cualquier tipo de droga legal o ilegal, sintética o natural, y que algunos de ellos eran poco más que indigentes. Y así, entre sus “viajes” y su vagancia, recalaban en lugares clandestinos. Entonces se entenderá que cuando Burroughs cuenta en el epílogo que andaban él y David Tesorero con una receta de botica en botica los echaban al grito de “¡viciosos!” porque, claro, lo que buscaban no era precisamente una medicina, sino morfina o más precisamente heroína. Yendo de botica en botica acabaron en una colonia marginal: “Afuera, el barrio parecía ahora encantado: pequeñas farmacias en un mercado, delante cajas y puestos, una pulquería en la esquina. Puestos que vendía chapulines fritos y caramelos de menta negros de moscas”.

 Para recrear aquella Ciudad de México, Guadagnino utilizó maquetas, y en la imagen de la pantalla se nota una textura como de paredes de cartón. En esa escenografía de papel maché se alcanzan a ver las jacarandas en flor, las vecindades con la ropa tendida en el patio y las azoteas con los tinacos, las calles a medio pavimentar, todavía con tierra, por donde pasan algunos señores en bicicleta, detrás señoras en la banqueta vendiendo garnachas y sus perros callejeros, sin faltar los pregones sonando de fondo. En un par de tomas puede divisarse una mole que parece un edificio de departamentos, y hace pensar inmediatamente en el multifamiliar que Mario Pani había terminado de construir ese mismo año en la colonia Del Valle. Y hay otra escena en la que William Lee y Eugene Allerton, los protagonistas, caminan debajo de un puente alto, que evidentemente es el puente de Nonoalco, que ha aparecido en otras películas mexicanas.

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En la película de Guadagnino, los bares Ship Ahoy y Lola’s (donde se encuentran los protagonistas, Lee y Allerton, con la demás fauna de diletantes), más bien parecen “dinners” gringos o bares donde, si bien tocan jazz, todos los asistentes van bien vestiditos, impecables, en cambio, Burroughs recuerda en este epílogo que eran los lugares donde habían matado a un par de cristianos y al que con frecuencia llegan las autoridades mexicanas por su “mordida”. Burroughs había pensado en abrir un bar en la frontera, pero estar al tanto de esa corrupción lo desanimó en su “emprendimiento”. Es cierto que a Burroughs no le interesó México ni su cultura, pero tampoco sus hombres: la novela empieza con Lee cortejando a un chico pecoso judío y Allerton era un becario gringo al que mandaron a estudiar acá.

Cuando la película se presentó durante el Festival de Venecia el otoño pasado, Guadagnino declaró que quiso hacer una película sin traicionar el libro. Sin embargo, lo que le interesa a Guadagnino (como a toda la industria cinematográfica, seguramente), es vender la historia de amor o reducir la novela a una historia romántica… porque en la novela nunca hay tal relación amorosa. Sobre este punto el epílogo aclara muchas cosas: la más importante es que acababa de matar de un balazo a Joan Wollner (el famoso caso fallido de Guillermo Tell), así que no sólo tiene problemas con las adicciones sino con la justicia y con sus emociones. De hecho, cuenta, la droga lo inhibe sexualmente, luego en la abstinencia el deseo sexual vuelve más intenso, es entonces cuando “Lee parece decidido a ligar”, pero, como lo explica Burroughs en retrospectiva:

Hay algo curiosamente sistemático y asexual en su búsqueda de un adecuado objeto sexual, tachando uno tras otro los posibles candidatos de una lista que parece compilada pensando en el fracaso último. En algún nivel muy profundo no quiere triunfar, pero hará cualquier cosa para evitar darse cuenta de que en realidad no busca el contacto sexual.

Por lo demás, Allerton es un joven voluble que no le corresponde, al contrario, lo desdeña, y ni siquiera dar visos de ser homosexual.

En esa misma conferencia de prensa previa a la función de estreno en Venecia, le preguntaron a Daniel Craig si James Bond era gay (personaje que caracterizó en varias películas). La pregunta incomodó visiblemente al actor, pero tanto él como la periodista indiscreta se olvidaron de que ya había interpretado a un personaje no totalmente gay, pero sí al menos homoerótico en El amor es el diablo (Dir. John Maybury, 1998), el ladrón al que seduce y destruye el retorcido pintor Francis Bacon. Entonces y ahora, Craig rompe con la nueva política según la cual sólo gays pueden interpretar papeles de gays (y sólo negros papeles de negros, etc.), algo que, por lo demás, las productoras ya están aboliendo para complacer a Trump.

Queer se puede ver en Mubi y la nueva edición de la novela empieza a estar en librerías.

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