Un país que supo mantener claridad en sus objetivos colectivos y que muestra a México la importancia de contar con una brújula para el desarrollo.

Visitar Corea del Sur es constatar cómo un país puede reinventarse a sí mismo en apenas medio siglo. La memoria de la guerra y la pobreza extrema aún están presentes en la historia reciente de los surcoreanos, pero al caminar por Seúl es difícil imaginar aquel pasado. La ciudad se levanta como una metrópoli moderna, con trenes de alta velocidad, un sistema de transporte público impecable, rascacielos que albergan conglomerados globales y una sociedad vibrante en la cual la tradición e innovación tecnológica no se contraponen. El impacto para cualquier visitante es inmediato: aquí hubo claridad en los objetivos colectivos -qué hacer para ser-, y disciplina en su ejecución -cómo hacerlo-.

El contraste con China, modelo a seguir para algunos, surge inevitablemente. Ambos países lograron crecer a tasas aceleradas y transformar sus economías en potencias exportadoras. Sin embargo, mientras en China los avances en materia económica no han ido acompañados de mayores libertades civiles, en Corea del Sur se observa un proceso distinto: un desarrollo económico que se entrelaza con una apertura política gradual, que, aunque accidentada y no exenta de crisis, ha permitido a la ciudadanía ampliar su espacio de expresión y participación. La pluralidad política, la prensa independiente y la vitalidad universitaria son prueba de que el crecimiento puede ser compatible con libertades más amplias. Destaca la importancia de contar con un gobierno funcional y una burocracia capaz y pujante que fue efectiva para impulsar un modelo económico basado en exportaciones y servicios estatales fuera de serie: la educación pública es de altísima calidad, los servicios de salud públicos están al alcance de todos de manera efectiva, la infraestructura vial es moderna.

Esto no significa que Corea del Sur haya tenido un camino lineal. En las décadas posteriores a la guerra, vivió dictaduras militares, episodios de represión y graves tensiones sociales. Sin embargo, a diferencia de otras naciones, logró sostener un pacto implícito: más allá de quién gobernaba, el destino estratégico debía mantenerse. Ese “contrato social” no siempre explícito, pero sí real, funcionó como brújula que permitió a la sociedad preservar su objetivo de largo plazo: convertirse en una nación próspera, competitiva y abierta al mundo.

México también ha atravesado sus propios periodos oscuros: autoritarismo, crisis recurrentes, corrupción y captura del Estado por intereses ajenos al bien común. La diferencia radica en que hemos carecido de una brújula compartida. Mientras en Corea del Sur el proyecto de industrialización, innovación y apertura internacional se convirtió en meta nacional, privilegiando a la niñez a través de educación de calidad, en México con frecuencia se han impuesto las coyunturas, los cálculos políticos de corto plazo y las divisiones internas: de un modelo de sustitución de importaciones a otro, de un rol preponderante del Estado a otro, de un grupo empoderado con intereses especiales a otro. El resultado es un crecimiento insuficiente, desigualdades persistentes y un desencanto ciudadano que expresa pobreza por la desconfianza hacia instituciones y actores públicos quienes celebran la reducción cíclica e insostenible de la pobreza.

La experiencia coreana ofrece al menos tres lecciones relevantes. Primero, el desarrollo no es producto de la improvisación, sino de una claridad estratégica. Corea del Sur apostó por sectores prioritarios —tecnología, educación, manufactura avanzada— y sostuvo esa apuesta a lo largo de gobiernos y crisis. Segundo, el progreso material sin libertades civiles puede ser insostenible: al abrir paso a la democracia, Corea del Sur legitimó su modelo de desarrollo y lo hizo más resiliente frente a los cambios sociales. Tercero, la disciplina institucional fue clave: aunque hubo excesos y errores, las instituciones se fueron adaptando para servir como marco estable y no como botín de los grupos en turno. Premiaron los buenos resultados y castigaron los abusos.

Para México, la reflexión es urgente. La ausencia de un pacto político y social sólido ha hecho que los proyectos nacionales se fragmenten. Un sexenio impulsa una reforma, el siguiente la desmantela; las políticas públicas cambian de rumbo sin consolidarse, y la visión de largo plazo cede ante la rentabilidad electoral inmediata. En menos de un siglo los liderazgos pasaron de admirar a Francia por su ideología social a los Estados Unidos por sus mercados y ahora ven a China como un ejemplo a seguir por su capitalismo estatal, cada etapa con notas regionales peculiares. Sin brújula, el país navega entre inercias e ideas confusas, esperando que las circunstancias externas —como la cercanía con Estados Unidos o el auge de algún sector exportador— compensen la falta de dirección.

Corea del Sur demuestra que un país puede superar dictaduras, crisis económicas y tensiones sociales al mantener firme el rumbo. México, en cambio, corre el riesgo de desperdiciar su potencial si no define con claridad cuáles son sus objetivos colectivos: ¿queremos ser una economía de innovación? ¿Un país exportador de manufactura de bajo costo? ¿Una sociedad con cohesión e igualdad de oportunidades? La respuesta a estas preguntas no puede seguir siendo ambigua ni quedar al vaivén de cada administración.

El pacto social mexicano debe renovarse para poner al centro metas claras y estables: prosperidad productiva, crecimiento incluyente, fortalecimiento institucional y ampliación de libertades. Sólo así será posible que, pese a los períodos oscuros que inevitablemente vendrán, el país conserve un rumbo definido. Corea del Sur nos recuerda que el desarrollo no es lineal ni exento de dolor, pero también que es posible construir prosperidad cuando existe una brújula compartida. Definir con claridad el horizonte y sostenerlo con disciplina y convicción es el reto mayor. Sin brújula, seguiremos atrapados en la improvisación, en megaproyectos sin retorno y en transformaciones falaces. Con ella, podríamos finalmente encauzar nuestro potencial hacia un futuro de prosperidad y libertad.

Profesor del área de Entorno Económico, IPADE Business School

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